Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

Pensando en ti

Heme aquí intentando sacar unas palabras de mi corazón, heme aquí pensando fuertemente en ti.

Quisiera verte ahora y decirte que te amo, aunque tú ya lo sepas....

¿Por qué no estás conmigo? la vida se me pasa solo pensando en ti,
en lo que haces y en quién ocuparas tus pensamientos...

Te gritaría ven, pero creo que no me escucharías, mi mente ya cansada de pensar en ti, solo sigue intentando alimentar una imagen que tiene de ti, esperando a verte una vez más para revivir esa imagen...

Si tan solo pudiera decir que muero por ti, por ver tu imagen una vez más, por poder decir que te quiero, que te amo con todo el corazón, y que no pasa un solo instante en que desaparezcas de mi mente

Te amo, pero congelas mis palabras cuando estás cerca, mis piernas tiemblan, y mi corazón se acelera más y más y ni siquiera puedo decir que te necesito.

Que muero, por ti, por oír tus palabras, por tener la oportunidad de verte una vez más, pero me conformaré con seguir alimentando esa imagen tuya en mi mente e imaginar que estás a mi lado...

Habitarnos

Nos hacíamos desierto para habitarnos,
Para vaciar los temores y los desencantos;
Para olvidar antiguos amores 
Y antiguos adioses no pronunciados.

Nos hacíamos tempestad para habitarnos,
Para renunciar a rencores, a riñas,
A dolores del pasado.

Nos hacíamos mar para habitarnos,
Para sosegar miedos, razones y rezagos;
Para apaciguar los silencios apresados.

Y nos hacíamos cuerpo, soledad, palabra y pecado;
Nos hacíamos recuerdo y sensación, delirio 
Y sentimiento confesado.

Y nos hacíamos caudal para habitarnos,
Para llenar los vacíos que no llenamos,
Para obviar lo obvio, 
Para razonar lo no razonado.

Y así, nos habitábamos,
Haciéndonos desierto y tempestad,
Mar, cuerpo, soledad, palabra y pecado;
Haciéndonos caudal para llenarnos.

Y así, volviéndonos a habitar,
Nos hacíamos uno,
Nos hacíamos más, 
Nos hacíamos el amor entrelazados.

Convirtiéndonos en mar,
Para llenarnos de horizonte,
Anhelo, barca, viento, vela y faro;
Para que no muera el amor,
Para que el dolor no duela tanto.

De murallas y dragones

Mientras la princesa se encontraba ocupada en sus obligaciones reales, el caballero, montado en Corcél, viajó hasta el Valle de la Melancolía, acompañado de un ejército de feroces dragones, los más fuertes, invencibles y despiadados. Su intención es fortificar de manera definitiva ese lugar, con un dragón cada cinco metros sobre las altas y gruesas murallas, y cientos sobrevolando el lugar.

Fue un trabajo arduo, rápido y preciso, su devoción a la Princesa Ángel así lo requería. En su mente vivía fija una imagen, la de su princesa mirándolo sonriente bajo las sábanas de su cama, apenas alumbrada por la suave luz de la lámpara que el caballero usaba para hablarle. Esa imagen lo tenía cautivado, enamorado, siempre presente, así como ella está siempre en su vida.

Los dragones tienen instrucciones claras y precisas, levantar una barrera de fuego de cien metros de altura, a un kilómetro de distancia del Valle de la Melancolía, solo bastaba que la princesa dirigiera la mirada hacia ese lugar en dónde casi queda atrapada para siempre. No era necesario nada más. 

Ella no debe volver ahí, puesto que es un ángel enamorado que enamoró con sutileza y encanto divino y mágico al caballero, su lugar era con él, en su corazón, su alma, su sangre, su piel, su ser y toda su vida.

La imagen de ella lo inspiraba e impulsaba a no ceder ante ningún obstáculo, ni siquiera los que ella le pusiera, ella lo llena por entero, el caballero no se detendrá ante nada por lograrla ver llena de salud, vida, alegría, permanecerá a su lado tanto en los buenos como en los malos tiempos, en la riqueza y la pobreza, en la salud y en la enfermedad. Nada ni nadie se interpondrá entre ellos, porque se pertenecen, se han entregado por entero, sin reserva ni medida, son uno.
Una vez terminado el trabajo y dejado instrucciones a los dragones, supervisó que todo estuviera en orden para volver a la puertas del castillo, buscó un lugar cómodo, privado cerca al balcón de la princesa y complacido con el resultado de su trabajo, se sentó a leer esperando que en cualquier momento ella lo recordara y buscara su presencia aunque solo fuera por un instante.
Pensaba en ella y le decía con el pensamiento: “Siempre estás presente, aunque no estés”.

Carta a mi hija

Antes de morir hija mía, quisiera estar seguro de haberte enseñado...
A disfrutar del amor,
a confiar en tu fuerza,
a enfrentar tus miedos,
a entusiasmarte con la vida,
a pedir ayuda cuando la necesites,
a permitir que te consuelen cuando sufres,
a tomar tus propias decisiones,
a hacer valer tus elecciones,
a ser amiga de ti misma,
a no tenerle miedo al ridículo,
a darte cuenta de que mereces ser querida,
a hablar a los demás amorosamente,
a decir o callar según tu conveniencia,
a quedarte con el crédito por tus logros,
a amar y cuidar la pequeña niña que hay en tí,
a superar la adicción a la aprobación de los demás,
a no absorber las responsabilidades de todos,
a ser consciente de tus sentimientos y actuar en consecuencia,
a no perseguir el aplauso sino tu satisfacción con lo hecho,
a dar porque quieres, nunca porque lo creas tu obligación,
a exigir que se te pague adecuadamente por tu trabajo,
a aceptar tus limitaciones y tu vulnerabilidad sin enojo,
a no imponer tu criterio ni permitir que te impongan el de otros,
a decir que sí, sólo cuando quieras y decir que no sin culpa,
a vivir en el presente y no tener expectativas,
a tomar más riesgos,
a aceptar el cambio y revisar tus creencias,
a trabajar para sanar tus heridas viejas y actuales,
a tratar y exigir ser tratada con respeto,
a llenar primero tu copa y justo después la de los demás,
a planear para el futuro pero no vivir en él,
a valorar tu intuición,
a celebrar las diferencias entre los sexos,
a desarrollar las relacciones sanas y de apoyo mutuo,
a hacer de la comprensión y el perdón tus prioridades,
a aceptarte como eres,
a no mirar atrás para ver quien te sigue,
a crecer aprendiendo de los desencuentros y de los fracasos,
a permitirte reír a carcajadas por la calle sin ninguna razón,
a no idolatrar a nadie, y a mí... menos que a nadie.

El anciano sabio

¿Dónde puedo buscar el amor? Preguntó un hombre maduro a un anciano sabio.

El sabio contestó, no lo busques, encuéntralo.

¿Y si estuviera lejos? Preguntó con tristeza el hombre.

Querido amigo, contestó paciente el sabio, ¡el verdadero amor nunca está lejos!

¡Y fue así como te encontré!

Declaración de amor

Un amor,  una vida, solo uno... Tu y yo.


Caminar, caminar a tu lado  y sentir los hechizos de tus palabras que me hacen volar.


Te extraño, necesito tu amor día y noche, todo el tiempo, todo.


En mi vida sentimientos hacia ti, que viven dentro de mi misma, te amo y parece un sueño. Regálame tu amor ahora,  no dejes que sea solo un sueño... Vives dentro de mi. En mi vida sentimientos que invaden mi ser y no quiero cambiar viven dentro de mi, viven por tu amor...

Tu voz... tus letras...

Tu voz es mi paz, el arrullo del alma, la pasión y seducción de mi cuerpo y mi mente, me elevan, me llevan... 

Tu voz el juicio ante mis locuras. Con ellas me enamoras cada día más y más.

Tus letras no se pierden; me colman, me enamoran y se quedan en mi alma, logrando acelerar mi corazón de emoción y felicidad. Con ellas me domesticas día a día.

Votos

Agradezco a Dios por ponerte en mi vida.

Por el amor que me inspiras
y la certeza de este grandioso sentimiento, 
quiero estar contigo siempre, 
en la pobreza y la riqueza, 
en la salud y en la enfermedad, 
en las buenas y en las malas, 
porque eres mi amor verdadero, 
el más grande, excelso, divino y único. 

Porque eres el amor de mi vida.

:D

Un nuevo encuentro

Había pasado mucho tiempo desde su encuentro anterior, la indecisión y el temor de la princesa a escuchar a su corazón y dejarse guiar por este, habían hecho que se alejara del caballero, sumergiéndose en un trabajo que cada día le parecía más agobiante, asfixiante, no era lo mismo sin él, así que volvió para darle la vida que tanta falta le hacía a él y rescatarlo de su fría cripta.

La rosa que habita el pecho del caballero estaba ahora a su lado convertida en una maravillosa mujer, sonriéndole, hablándole, dándole su amor, nada podía ser mejor.

Habían acordado reunirse en un lugar distinto del  Palacio Real y del Reino Encantado, un lugar donde no los conocieran para dejarlos disfrutar de su mutua compañía y de su amor.

El día era lluvioso, el caballero llegó primero, pero el carruaje de la princesa se retrasaba, hasta que al morir la tarde y pronto a desaparecer la luz, llegó ella sonriendo, bella, resplandeciente, sabiendo que su campeador estaría de pie haciendo guardia a su llegada. Dejó de importar el malestar que desde hacía demasiados días la aquejaba, la disminuía físicamente, todo quedaba atrás, ya estaba con él y eso era todo lo que importaba, mirarlo de frente con su sonrisa franca y su verdosa mirada que a ella fascinaba y enamoraba.

Se abrazaron con intensidad, con alegría, ella que no gustaba de las demostraciones en público, olvidó su naturaleza real, para pasar sus brazos por el cuello del caballero y apretarlo fuertemente hacia ella, las caricias, los abrazos y los besos a hurtadillas no faltaron, no sobraban, eran insuficientes.

Felices y enamorados fueron al palacio que los recibiría y guardaría su encuentro clandestino. Sin dejar de verse, de sentirse, de tocarse, alegres, felices, plenos. Les esperaban varios días para compartir sus alegrías y tristezas y en algún momento su enojo, dado el temperamento cambiante de ella esto no podía faltar. Pero siempre encontraban solución a sus diferencias, ahora era más simple, ella había cambiado mejorando la relación, rápidamente era doblegada por las ocurrencias del caballero que la hacían sonreír o reír abiertamente y su enojo, su aparente enojo, desaparecía, para fundirse en un abrazo, caricias, besos, amorosos reproches y disfrutarse plenamente uno al otro. Nada echaría a perder ese encuentro.

Se contaron algunas cosas de su vida, ambos abrieron su corazón y se escuchaban atentamente, jugaron, caminaron, corrieron y en muchas ocasiones ella se acurrucaba en sus brazo para sentirlo más cerca, todo el tiempo fueron lo que son, uno solo.

Una noche ella le susurró: “No quiero que amanezca”, el calló sus labios con un beso. Otra noche el pidió: “No me envíes nuevamente a la cripta”, ella dijo no con la cabeza y lo calló con un beso.

Esta vez la luna no estuvo presente, ella era la luna del caballero, al dormir sus cuerpos se buscaban, se encontraban no deseaban separarse. No podía faltar su caminata por la playa, tomados de la mano, no podían faltar los amorosos silencios que los envolvían haciendo que el mundo desapareciera, él es su mundo y ella es el de él. Compenetrados más que nunca, tratándose con una confianza sin límites, haciéndose bromas, riendo y disfrutando su compañía, como amigos, amantes, cómplices, grandes compañeros de aventuras, pillerías y sobre todo de vida, eran dos adolescentes alocados y traviesos, dos adultos maduros que se dejaban  guiar por la fuerza de su amor.

No faltaron las dolencias de la frágil salud de la princesa a las que el caballero atendía inmediatamente, quedando atrás en tiempo breve, la cuidaba, amaba hacerlo y lo hacía bien, mejor que nadie, ella lo sabía y lo dejaba hacerlo, pues sabía que no permitiría que nada malo le pasara a ella, el foco de su gran amor.

Hicieron picardías como dos verdaderos trúhanes, robaron algunos bocadillos agua e incluso se escaparon sin pagar de una posada, no porque fueran malos o pobres, sino porque querían compartir sus travesuras, una princesa y un caballero, ambos enamorados haciendo fechorías.

Bailaron, con ropa y sin ella, cantaron uno para el otro, ella lo hacía naturalmente sin que él se lo pidiera, cantaba para él sin importar que a ella no le gustaba hacerlo pues no lo gustaba su voz, hasta que le conoció, su caballero hace que ella rompa algunos hábitos mantenidos por muchos años, ella baja su escudo ante él, que con su tierna mirada y su voz, la hechiza y enamora, porque en él, ella reconoce al amor verdadero, más allá de ese amor único, divino y excelso que ella deseaba, él la lleva hasta lugares desconocidos u olvidados en el interior de ella. Ambos estaban muy enamorados uno del otro, no cabía duda, se notaba, emanaba de ellos, de su piel, de su mirada, de todo su ser.

Se bañaron en el manantial de agua fría y ella descubrió como volverla cálida para gozar aún más del placer de su piel húmeda rozando su cuerpo, era una competencia por quién podía complacer más al otro, se entregaban y se daban constantemente, sin reserva ni pudor,  se hablaban fuerte en la intimidad con palabras que los incitaban y provocaban a amarse más, con todo, a exacerbar el deseo y la pasión, con un solo roce del caballero la piel de ella se erizaba y lanzaba suspiros al aire que él atrapaba con sus labios, llevaban su cariño y su ternura hasta lugares insospechados, ambos se bebían su aliento, su olor, se alimentaban uno del otro, simple y sencillamente… se aman.

Pero el inexorable tiempo los alcanzó, ella dijo que la próxima ocasión estaría mejor, él le dijo que no dejara pasar mucho tiempo. Ella iba rumbo a su carruaje y él le grito delante de todos: “¡Adiós guapa!” reconociendo su voz giró para buscarlo, él volvió a gritar: “¡Aquí arriba!” pues había subido por una escalera para mirarla mejor, ella le sonrió con esa mirada y esa sonrisa llenas de amor por él, el volvió a gritarle: “¡Te amo!” se enviaron un beso a la distancia y sonriendo esa tarde se despidieron… hasta su próximo encuentro.

Esa tarde llovía...

“Solo con el corazón se puede ver bien, lo esencial es invisible a los ojos”