Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

La cueva… el encuentro

Esa noche como tantas otras el caballero fue a la cueva al encuentro de sus tibias aguas, en  la intimidad de su silencio y penumbra, se despojó de sus ropajes y sin más se metió al río, para sentirla a ella, su princesa amada, habían pasado varios días sin poder verse apenas algunos mensajes, la extrañaba más que nunca, pero las frescas aguas que rodeaban su cuerpo le hacían sentirla intensamente, pero esta vez fue diferente.

Con el agua hasta el pecho, quitó el cabello de su frente y lo alisó con ambas manos y sintió las manos de ella sobre su pecho y el pecho de ella sobre su espalda, sintió un fuerte estremecimiento que lo dejó inmóvil, con los ojos cerrados para disfrutar ese momento, luego sintió los labios de ella sobre sus hombros subiendo hasta su cuello, abrió los ojos cuando escuchó la voz de ella susurrando en su oído; “Te amo”.

Era ella que había llegado sin que él notara su presencia, lo desnudarse y meterse en el río, gozando de ver a su caballero en amoroso ritual, decidida a acompañarlo ella también dejó sus ropas en la orilla y poco a poco se adentró en las tibias y refrescantes aguas aprovechando que él estaba de espalda sin percatarse de su llegada.

Ahí estaba ella abrazándolo con sus brazos de sol, en el silencio de la cueva apenas se escuchaba el sonido del río, que se fue acompañando de los suspiros de ambos, estaban casi inmóviles, sintiendo el roce de sus mojados cuerpos, estremeciéndose en cada contacto, viviendo plenamente el momento, ni una sola palabra salía de los labios de él, mientras sujetaba las manos de sus princesa como para no dejarla escapar, ella le besaba, la espalda, los hombros, el cuello, su largo y negro cabello, totalmente mojado lo acariciaba, mientras que la luz de la luna los iluminaba tenuemente, cubriéndolos con una claridad mínima necesaria para que pudieran verse, aunque no lo necesitaban, ella brilla en la oscuridad.

Ella tomó la iniciativa acariciando el cuerpo de su amado, sin prisa, sensualmente, ambos estaban embriagados de su amor, lo giro suavemente hasta que sus ojos se encontraron y sus labios se buscaron en el beso más sentido y amoroso que jamás se hubieran dado, él la recorrió con sus manos, el tiempo se detuvo, la magia de su amor llenaba la cueva, bailaban en el agua al ritmo de su canción que ambos llevaban en sus mentes y en su corazón.

No eran necesarias las palabras se entendían con caricias, suspiros, besos y miradas, se pertenecían, se entregaban y nada existía cuando estaban juntos, solo ellos dos haciéndose uno, entre besos y caricias ella lo llevo a la orilla, en discreta invitación, él se dejó llevar solo unos pasos, para después cargarla y llevarla hasta la orilla, en un cálido recodo, con delicadeza la recostó, sus cuerpos humedecidos goteaban, ella levantó ligeramente una pierna mientras él se recostaba a su lado, sin deja de verla, acariciándola y ella lo dirigió sobre su cuerpo ansioso, listo para él, separo ligeramente sus piernas para acomodarlo entre ellas.

El silencio de la cueva era interrumpido, por el suave murmullo del río, suspiros, gemidos y te amos dirigidos del uno a otro, en frenesí apasionado y delirante, se unían, se entregaban y sus cuerpos vibrantes se movían al mismo ritmo, los títulos nobiliarios desaparecían, eran solo una mujer y un hombre amándose con pasmosa intensidad, entregándose por completo, fundiéndose hasta ser uno solo.

No corría el tiempo, se pertenecían y se lo demostraban, vibraban al ritmo de la misma melodía, se daban, se entregaban sin recato y sin pudor, sin límites ni fronteras, hasta vaciarse mutuamente, hasta entregarlo todo, se gozaban mutuamente y cada encuentro era diferente, se reinventaban en cada ocasión, llenos de amor sincero y verdadero.

Los primeros rayos del amanecer los sorprendió enredados en amoroso combate, ella suspiró profundamente, él también. Mientras acariciaba su negro cabello, abundante, desordenado, le musitó:

-El reino te espera princesa.
-Que espere, contestó ella sin prisa.

Ese día se quedaron juntos… amándose.

La Cueva y la Aldea de los Magos

En algún lugar del Bosque Encantado existe un lugar que solo conoce el Caballero de la Rosa; la cueva.  Es una enorme cueva  donde un río subterráneo con aguas poco profundas y cristalinas,  la divide en dos a lo largo de su recorrido. En la parte más alta de la misma existe un hueco por donde se puede ver una perenne luna llena, que ilumina una parte de la cueva con una tenue luz.

La princesa todavía no la conoce, hace mucho tiempo que no visita el Bosque Encantado, este ha sido creado al gusto pleno de ella, pero la cueva la descubrió el caballero durante un paseo en el bosque.

Desde hace tiempo él ha escogido la cueva para bañarse, al cubrir su cuerpo con las frescas aguas del río siente los brazos de su amada rodeando su cuerpo y sus manos acariciándolo. Así que ahora que ella no lo puede visitar por serios problemas en el reino, el la siente diariamente cuando acude a la cueva, especialmente por la noche cuando se baña a la luz de la luna.

Esa noche fue diferente, se dirigió a su nuevo lugar, pero se sentía cansado, desde hace varios días Corcel pasa mucho tiempo a su lado, acompañándolo, cuidándolo, pues a notado que la salud de su amigo ha venido mermando, el caballero no le ha comentado nada a su princesa para no alarmarla, ella ya tiene suficientes problemas es su reino. Corcel decidió subirlo a su lomo y llevarlo a paso lento, apreciando el camino. 

Al llegar él se recostó en un pequeño recodo de la cueva, donde el agua del río parece interpretar tiernas melodías, hasta quedarse dormido.

En sus sueños ella siempre llega con la mirada que lo enamoraba y la sonrisa que lo hace suspirar, está vez no fue diferente, excepto que al despertar el caballero no estaba en la cueva, sino rodeado de pócimas y aldeanas vestidas de blanco, yendo y viniendo de un lado a otro en sigiloso y silencioso andar.

Al principio se sentía confundido por desconcertada donde se encontraba hasta que en un pequeño grupo de personas distinguió una cara conocida, el aldeano que cuidaba su salud. Ellos eran los magos, así los conocían los aldeanos, aquellos se esmeraban en desentrañar los secretos de la vida y la salud,  siempre estudiando y rodeados dé pócimas. Ahora el caballero sabía en donde se encontraba; la Aldea de los Magos.

Durante su sueño su salud mermó y Corcel lo llevó hasta donde sabía podían atender a su amigo y cuidar de su salud, esta que poco a poco desmejoraba y entristecía al caballero.

Los magos y las aldeanas que los ayudan comentaban sorprendidos un hecho inexplicable, el campeador no tenía corazón, en su lugar había muy dentro de su pecho la más bella rosa que nunca vieron ojos humanos, latía y en cada latido llenaba al guerrero del más profundo amor, el amor que lo vincula a la Princesa Ángel.

Sabían del Caballero de la Rosa, pero muchos pensaban que solo era un romántica leyenda, ahora lo tenían frente a sus ojos y todo sería un hecho jubiloso de nos ser por la salud del enamorado guerrero que no estaba en las mejores condiciones. Ahora estaba consciente, mejor y solo deseaba su mirada y su sonrisa. No sabía de ella y quería acompañarla ahora que siente que lo necesita pero no lo dejaban salir, no hasta que se encontraran seguros de él estaría bien. Entonces fue que descubrió que estaba fuertemente atado al camastro donde yacía.

En la mente del Caballero solo había un pensamiento; la Princesa Ángel.

La gente que me gusta

Me gusta la gente que vibra, que no hay que empujarla, que no hay que decirle que haga las cosas, sino que sabe lo que hay que hacer y que lo hace en menos tiempo de lo esperado.

Me gusta la gente con capacidad para medir las consecuencias de sus acciones, la gente que no deja las soluciones al azar.

Me gusta la gente estricta con su gente y consigo misma, pero que no pierda de vista que somos humanos y nos podemos equivocar.

Me gusta la gente que piensa que el trabajo en equipo, entre amigos, produce más que los caóticos esfuerzos individuales.

Me gusta la gente que sabe la importancia de la alegría.

Me gusta la gente sincera y franca, capaz de oponerse con argumentos serenos y razonables.

Me gusta la gente de criterio, la que no se avergüenza de reconocer que no sabe algo o que se equivocó.

Me gusta la gente que al aceptar sus errores, se esfuerza genuinamente por no volver a cometerlos.

Me gusta la gente capaz de criticarme constructivamente y de frente; a éstos los llamo mis amigos.

Me gusta la gente fiel y persistente, que no fallece cuando de alcanzar objetivos e ideas se trata.

Me gusta la gente que trabaja por resultados. Con gente como esa, me comprometo a lo que sea, ya que con haber tenido esa gente a mi lado me doy por bien retribuido.

Canción del amor lejano

Ella no fue, entre todas, la más bella,
pero me dio el amor más hondo y largo.
Otras me amaron más; y, sin embargo,
a ninguna la quise como a ella.

Acaso fue porque la amé de lejos,
como una estrella desde mi ventana...
Y la estrella que brilla más lejana
nos parece que tiene más reflejos.

Tuve su amor como una cosa ajena
como una playa cada vez más sola,
que únicamente guarda de la ola
una humedad de sal sobre la arena.

Ella estuvo en mis brazos sin ser mía,
como el agua en cántaro sediento,
como un perfume que se fue en el viento
y que vuelve en el viento todavía.

Me penetró su sed insatisfecha
como un arado sobre llanura,
abriendo en su fugaz desgarradura
la esperanza feliz de la cosecha.

Ella fue lo cercano en lo remoto,
pero llenaba todo lo vacío,
como el viento en las velas del navío,
como la luz en el espejo roto.

Por eso aún pienso en la mujer aquella,
la que me dio el amor más hondo y largo...
Nunca fue mía. No era la más bella.
Otras me amaron más... Y, sin embargo,
a ninguna la quise como a ella.

Acuérdate de mí

Cuando vengan las sombras del olvido
a borrar de mi alma el sentimiento,
no dejes, por Dios, borrar el nido
donde siempre durmió mi pensamiento.

Si sabes que mi amor jamás olvida
que no puedo vivir lejos de ti
dime que en el sendero de la vida
alguna vez te acordarás de mí.

Cuando al pasar inclines la cabeza
y yo no pueda recoger tu llanto,
en esa soledad de la tristeza
te acordarás de aquel que te amó tanto.

No podrás olvidar que te he adorado
con ciego y delirante frenesí
y en las confusas sombras del pasado,
luz de mis ojos, te acordarás de mí.

El tiempo corre con denso vuelo
ya se va adelantando entre los dos
no me olvides jamás. ¡Dame un recuerdo!
y no me digas para siempre adiós.