Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

Aquí están todas las rosas encarnadas del deseo...

¡Aquí están todas las rosas encarnadas del deseo! 
Allí la luna, callada, 
blanca y estéril, mirando, 
espejo vuelto a sí mismo, 
su perfección de narciso: 
soledad en aguas blancas 
de lo blanco quieto y frío.

Dura o sin sangre, tranquila, 
de está mirando a sí misma, 
mientras rosas encarnadas, 
pulpa y amor, carne viva, 
bajo una brisa caliente 
se desmayan de delicia.

Con los ojos en la luna, 
bajo los pies, rosas rojas, 
estoy esperando, quieto, 
que tú, que yo mismo venga 
sigiloso por la espalda, 
con la sorpresa de un beso 
blanco y verde de silencio, 
que tú, que yo mismo venga 
con un beso 
muerto de puro perfecto.

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