Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

El aprendiz de escritor

Escribía porque le producía placer, uno nuevo y desconocido, lo hacía diariamente, era su nuevo hábito, casi a cualquier hora pero la noche era su mejor momento o al menos eso creía.

Un cúmulo de mundos nuevos y mágicos aparecían tras sus letras, personajes diferentes que su imaginación proveía fértil. Su pecho estaba vacío pero su cabeza estaba llena de desbordantes ideas
No tenía un tema en especial, escribía lo que le venía a la mente. Antes su soliloquio era el amor pero este le dio la espalda, matándolo la fría y cruel indiferencia del ser aquel de su total afecto.

Una vez que halló el camino de las letras ya no lo abandonaría, ahí no había engaño ni traiciones, mentiras o vanidades, era él solo y sus locuaces ideas que venían sin ton ni son.

Todo quedaba plasmado en el papel algunas veces manchada por la tinta que escurría o por las enmendaduras procurando ser elocuente.

No escribía para nadie, solo para él con la  mayor honestidad de la que era capaz, sabía que el resultado no era perfecto pero era suyo, real y sincero.

Así pasaba las horas y los días, buscando o haciendo tiempo para escribir, descubriendo en cada letra y en cada palabra un placer nunca antes sentido.

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