Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

TU VOZ

Tu voz es como una canción lenta
que se cuela por mi piel,
que me acaricia por dentro
como si fuera melodía hecha suspiro.

Y eso que tú, 
los versos me has regalado han sido escritos 
pero esas pocas letras,
y era como escuchar tu voz 

Y me bastaron para soñar,
para sentir que cada palabra tuya
tenía mi nombre escondido,
mi deseo tatuado,
mi silencio convertido en canción…

MADRIGAL EFUSIVO

Déjame amar tus claros ojos, tienen, lejanías sin fin, de mar y cielo, y sus fulgores apacibles vienen hasta mi corazón como un consuelo.

Deja que con tus ojos, se iluminen mis viejas sombras y se vuelvan flores; deja que con tus ojos se fascinen, como aves de leyenda, mis dolores.

Que vea en ellos astros errabundos, que en ellos sueñe inexplorados mundos, que en ellos bañe mi melancolía...

Son tristes, luminosos y profundos, como puestas de sol, amada mía.

VEN

Ven,
conjuguemos los deseos
que tanto escribimos,
que tantas noches han temblado
en la punta de nuestros dedos.

Hagamos del verbo amar
un imperativo urgente,
del verbo tocar
una oración eterna,
y del verbo desear
el idioma de nuestra piel.

Ven,
declinemos juntos el placer:
yo te sujeto, tú me muerdes,
yo te bailo, tú me gritas,
y en cada conjugación
nuestros cuerpos inventan poesías.

Hagamos del presente
nuestro único tiempo,
del futuro,
una promesa temblorosa
que se repite
cada vez que nos encontramos.

Ven…
conjuguemos los deseos,
sin comas, sin pausas,
hasta que el último verso
sea un gemido compartido.

NO SON SOLO LETRAS

No son solo letras,
Lo que escribo
son emociones, ilusiones,
es la voz que tiembla
cuando el alma habla en silencio.

Las emociones no se traducen,
las ilusiones no se explican,
simplemente se sienten,
se clavan en el pecho,
te hacen cerrar los ojos
y sonreír sin querer...

LAS SONRISAS

Si las sonrisas tienen dueño,
y yo me apunto a ser el tuyo.
Dame esa curva de luz,
quédate en mi boca un segundo mas...

Quédate en mi corazón
en mi poesía que está
llena de ti, de tu sonrisa.
déjame ser el dueño
poseerla y que sea mi vida...

POR QUE ME ENAMORÉ DE ELLA

Me enamoré porque en sus ojos encontraste el reflejo de todas las tardes que creíste perdidas, porque su voz tenía el eco de las campanas que tocaban en tu infancia cuando el mundo aún cabía en la palma de una mano. 

Me enamoré de la manera en que caminaba entre las sombras de la ciudad, como si fuera la única que conociera el secreto de convertir el asfalto en arena tibia, de transformar el ruido en música callada que solo tú podías escuchar.

Fue por sus manos, que hablaban un idioma anterior a las palabras, un lenguaje de gestos que tu corazón traducía sin diccionario. Por la forma en que se detenía ante las ventanas de las librerías viejas, como si en cada título pudiera encontrar la clave de algún misterio que ustedes dos habían comenzado a descifrar juntos. 

Me enamoré porque cuando reía, el tiempo se olvidaba de seguir su curso, y las calles de la ciudad se volvían senderos de pueblo donde podían caminar descalzos hasta el fin del mundo.

Porque en su silencio había más música que en todas las canciones que habías escuchado, y en su presencia descubriste que el amor no es un sentimiento que llega, sino un territorio que se habita, una geografía nueva donde cada rincón tiene el sabor de lo eterno y cada momento es una pequeña revelación de que la vida, después de todo, valía la pena ser vivida.

EL SONETO DE LOS TRES SÍMILES

Débiles son mis pies; mi paso, incierto. Perdí la huella de la caravana. Me sorprendió la noche en el desierto ...Y no me importa; llegaré mañana.

Vencido por la niebla, el sol ha muerto. El mar se agita en ondas de obsidiana. Mi nave cruje; está remoto el puerto . . . Y no importa; llegaré mañana.

Cuando salí, todo era flor, el huerto. Hoy, la lluvia en el aire se desgrana, y el camino, de nieve se ha cubierto.
La tierra prometida esta lejana. No hay ruta fácil ni horizonte abierto. Y no me importa; llegaré mañana.

BÉSALA

Bésala tan profundamente,
Tan apasionadamente,
Que ella olvida dónde termina
Y dónde empiezas.

Bésala hasta que el mundo se disuelva,
Hasta que el silencio se convierte en música,
Y ella se siente viva
Por primera vez en mucho tiempo.

Deja que tus labios cuenten la historia
Que las palabras nunca se atrevieron a decir,
Deja que el fuego se mueva 
de la boca al alma
Hasta que su corazón se acelere
Como si acabara de nacer…

LO MEJOR DE UNA MUJER

Lo mejor de una mujer
no es su envoltorio,
es lo que arde dentro:
Su humor que enciende la vida, 
Sus ocurrencias que desarman el día, 
su valentía para levantarse del suelo, 
su manera de pensar que sacude, 
su sentir que acaricia el alma,
y su poesía,
esa que no siempre escribe en papel,
pero que se lee en su mirada
y en la forma en que ama.

USTED, SEÑORA MÍA

Usted, señora mía,
es la poesía que no rima
pero vibra,
es la estrofa que susurra
en la penumbra de mis noches.

Es el verso extendido
que lleva mi nombre allí escondido,
escrito no con tinta,
sino con la dulzura de su piel
y el calor de su mirada.

Usted es mi eterna fantasía,
pero también mi calma,
la música suave
que me arrulla en su regazo
y me enciende sin prisa.

No es solo cuerpo,
es ternura que abraza,
es el suspiro que me rompe
cuando su boca roza la mía
en ese beso que no tiene fin.

Usted, señora mía,
es mi musa y mi refugio,
la que me invita a pecar despacio,
a arder de manera infinita
y a quedarme, después,
en la paz de su abrazo.

LA MEJOR CONVERSACIÓN

La mejor conversación
son dos que se miran
y sonríen sin parar.

No hacen falta palabras,
ni discursos largos,
solo ojos que se encuentran
y bocas que confiesan
con una sonrisa
lo que el alma ya sabía.

Allí, en ese silencio feliz,
el mundo se calla,
y lo único que suena
es la risa compartida,
la complicidad que no necesita voz.

HAY ABRAZOS

Hay abrazos que no viajan con los brazos,
sino con las letras.
Son epistolares, íntimos, invisibles:
se enredan en cada palabra,
se esconden en los pliegues de un “te pienso”,
y llegan a la piel como si fueran caricia.

Un abrazo epistolar no pesa,
pero sostiene.
No se oye,
pero late.
No se toca,
pero queda.

Y así, entre líneas, descubro
que escribirte
es la manera más secreta y hermosa
de abrazarte.

FIEBRE DE TINTA

Tengo fiebre de tinta y de ti, y en cada trazo tu presencia me recorre como un fuego silencioso.
No estás aquí, y sin embargo te siento: en el temblor de mis manos, en la tinta que mancha mis dedos, en las palabras que se derraman como sudor sobre la página. Cada letra es un suspiro que no se atreve a pronunciar tu nombre, cada frase un cuerpo que se dobla entre el deseo y la ausencia.

La fiebre de ti no quema solo la piel, quema los recuerdos, quema la calma, quema el tiempo que nos separa. Es un incendio que nadie ve, pero que habita en cada línea que escribo, en cada pausa que me recuerda que estuviste y que todavía estás, aunque solo sea en tinta y en temblor.

No puedo tocarte, no puedo abrazarte, pero la tinta me acerca a ti. Cada palabra es un roce, cada párrafo un encuentro, cada página un latido compartido. La fiebre de ti se esconde en lo que no digo, en lo que dejo entrelíneas, en lo que la tinta recoge y guarda, eternamente.

Hueles a tinta, y yo me pierdo en tu olor, en tu forma de existir sin tocar, en la manera en que tu ausencia se hace tangible y hermosa. La fiebre de ti no se apaga, no cede, no olvida: habita en mí, habita en la tinta, habita donde solo nosotros sabemos que existe.

SI UN DÍA MI SILENCIO...

Si un día mi silencio se prolonga tanto que parezca eterno, no me busquen en la rutina, ni en las calles, ni en las voces que me conocieron.

Tal vez ya no estaré, tal vez mi nombre solo sobreviva en las huellas de tinta que dejé en cada verso.

No me lloren como a quien se apaga, recuérdenme como la muchacha que hizo de las palabras un incendio, que encontró en la poesía un hogar, un refugio, una forma de existir más allá del cuerpo.

Si mi ausencia se mide en años y no en días, sabrán que me he marchado hacia ese lugar del que nadie regresa.

Y aunque mi voz ya no se escuche, mis versos seguirán ardiendo en las páginas, respirando por mí, viviendo por mí.

Guárdenme en la memoria como la mujer que se desnudaba en metáforas, que se entregaba entera en cada palabra, que convirtió su dolor en llamas y su amor en eternidad.

Que cuando pronuncien mi nombre, la poesía responda en mi lugar.

Ese será mi modo de quedarme, incluso después de la despedida.

SE ESCRIBE PARA NO MORIR DE SOLEDAD.

Se escribe para no morir de soledad.

Se escribe para vomitar al papel lo que no se atreve con la vida.

Se escribe para creerse distinto a todo siendo la misma mierda.

Se escribe para que cuenten que eres bueno, sabiendo que en ti vive una mentira que juega con las letras.

Se escribe para detener un tiempo que no te habla ni le importas.

Se escribe porque es más barato que una noche en un bar.

Se escribe porque no tienes labios a los que besar.

Se escribe porque estar sentado es más sencillo que andar cuando los pasos no te llevan a ningún lugar.

Se escribe porque nadie te espera y porque lo que esperas,sabes que no llegará.

Por eso hay tantos que escribimos, porque el mundo es lugar cada vez más encabronado.

Así que brindemos todos por las noches solitarias de somníferos en forma de palabras. 

HOY ELIJO ABRAZAR EL PRESENTE

Hoy elijo Abrazar el Presente.

No porque todo esté en calma, ni porque la vida sea perfecta… sino porque sigo de pie. Porque, a pesar de los tropiezos, aún camino. Porque mis ojos todavía se asombran con los colores del día, porque mi alma no ha dejado de sentir.

Agradezco el aire que llena mis pulmones, los instantes que me enseñan sin palabras, las personas que cruzan mi camino con amor, las sonrisas que aparecen cuando menos las espero. Agradezco el silencio que me escucha, el tiempo que me permite sanar, y cada amanecer que me recuerda que aún hay oportunidad.

Sé que no tengo todas las respuestas. Que hay sueños que todavía duelen de tanto esperar, y metas que parecen lejanas. Pero también sé que estoy construyéndome. Que cada paso, por pequeño que sea, me acerca a lo que deseo ser.

No estoy donde pensé que estaría, pero he aprendido a honrar el lugar donde estoy. Porque estar aquí, hoy, ya es un logro. Ya es suficiente para agradecer.

Porque la gratitud no depende de tener mucho, sino de reconocer lo inmenso en lo cotidiano. El milagro de sentir, de intentar, de caer y volver a empezar con el corazón en alto.

Hoy agradezco. Porque, aunque el camino no sea perfecto, llevo dentro lo esencial: conciencia, fe y un alma que no se rinde. Y con eso, lo demás… llega.

EL VALOR DE SENTIR Y ESCRIBIR

Quien escribe y reconoce el valor de sentir de las emociones, los sentimientos, del arte de tocar el alma no se pierde fácilmente entre cualquier mano ni en todas las mentes. Porque cuando hay una conexión real, un vínculo auténtico, eso es lo que permanece. Y a veces, como lectores, nos sentimos tan cerca del escritor y el escritor del lector que la distancia desaparece, y todo se convierte en un puente de emociones compartidas.

Cuando un texto va cargado de verdad, de sensaciones, de pulsos íntimos, las palabras no solo se leen: se sienten. El lector se identifica tanto con lo que el escritor sintió al escribir, como con lo que él mismo experimenta al leer. Las mismas palabras pueden tener miles de efectos… y a veces, incluso consecuencias.

Digo esto porque hay miles, cientos, quizá millones de personas que escriben de forma fantástica, hermosa, sublime… desde todos los ángulos posibles. Pero entre tantas voces, siempre hay una que resuena más fuerte en nosotros, aquella que saca a relucir lo más profundo de nuestro sentir. Es como si nuestro cuerpo, alma, mente y ser se disolvieran en la tinta de otros dedos.

SMART FIT

Había en ese espacio de espejos y hierro una revelación que no esperaba encontrar. Entre el sonido rítmico de las pesas que caen y se alzan, entre el vapor que se escapa de los cuerpos en esfuerzo, descubrí que mi alma también sudaba, también se fortalecía. El gimnasio no era solo un lugar para esculpir músculos; era un templo donde mi mente aprendió a respirar de nuevo.

Cada repetición era una oración, cada serie un mantra que alejaba los demonios internos que por tanto tiempo habían habitado en los rincones oscuros de mis pensamientos. La endorfina se volvió mi nueva religión, y el cansancio físico, paradójicamente, me devolvió la energía que creía perdida para siempre. En el espejo no solo veía cambiar mi cuerpo; contemplaba cómo se transformaba mi relación conmigo mismo, cómo la disciplina del músculo educaba también la disciplina del espíritu.

Las mancuernas se convirtieron en mis confidentes silenciosos, testigos de mis batallas más íntimas. Cada gota de sudor que resbalaba por mi frente llevaba consigo una preocupación, un miedo, una ansiedad que se disolvía en el aire acondicionado de ese santuario moderno. Y mientras mi cuerpo se endurecía, mi alma se ablandaba, encontraba esa flexibilidad emocional que había perdido en los laberintos de la rutina y el estrés.

Ahora entiendo que no solo levanté pesas; levanté también el peso de mis propias limitaciones. No solo corrí en la caminadora; corrí hacia una versión de mí mismo que había olvidado que existía. El gimnasio me devolvió no solo la salud del cuerpo, sino esa otra salud, la invisible, la que se mide en sonrisas genuinas y noches de sueño reparador, en la capacidad renovada de enfrentar cada día como una nueva oportunidad de ser mejor.

COINCIDIR

Hay algo de milagroso en el encuentro fortuito, en esa geometría secreta que hace que dos almas se crucen en el momento exacto, como si el universo hubiera estado tramando ese instante desde el principio de los tiempos. Coincidir no es solo estar en el mismo lugar al mismo tiempo; es reconocerse en el otro, encontrar en su mirada el reflejo de nuestras propias búsquedas.

Pienso en las casualidades que no son casuales, en esos hilos invisibles que nos atan a ciertos encuentros. El café derramado que nos hace llegar tarde y tropezar con quien menos esperábamos, la canción que suena en la radio justo cuando pasamos por esa esquina donde alguien la tararea, el libro que se cae de la mesa en la biblioteca y que otra mano recoge al mismo tiempo que la nuestra se extiende.

Coincidir es también coincidir con uno mismo en momentos inesperados: esa frase que escribimos y que años después leemos como si la hubiera escrito un extraño, esa fotografía que nos devuelve a un yo que creíamos perdido, esa sensación de déjà vu que nos susurra que ya hemos caminado por estos pasillos del alma.

En el fondo, toda la vida es una serie de coincidencias que van tejiendo el tapiz de nuestra existencia. Coincidimos con el dolor y con la alegría, con la pérdida y con el encuentro, con las palabras justas en el momento preciso. Y tal vez, solo tal vez, el verdadero arte de vivir consista en estar atentos a esas coincidencias, en no dejar que pasen desapercibidas, en celebrar el misterioso orden del caos que nos permite coincidir, una y otra vez, con todo aquello que necesitamos encontrar.

COLIBRÍ, MI COMPAÑERA DE VIDA

En el jardín de mis días, donde florecen las horas como campanillas al viento, apareciste tú con tu vuelo imposible, con esas alas que son pura velocidad hecha música. Colibrí de mis mañanas, pequeña diosa del aire que se alimenta de néctares y de luz, que bebe del cáliz de las flores como quien bebe de la eternidad misma.

Eres la compañera que no pesa en mis hombros pero que llena todos mis espacios vacíos. Tu presencia es un milagro cotidiano, un temblor de colores iridiscentes que danza entre lo real y lo soñado. Vienes y vas, suspendes tu cuerpo diminuto en el aire con la maestría de quien conoce secretos que los humanos hemos olvidado, y en cada batir de tus alas escribes poemas que solo el corazón sabe leer.

Mi compañera de vuelos cortos pero intensos, de amores que no necesitan palabras, de silencios que hablan más que todos los discursos. En ti he aprendido que la belleza no necesita explicaciones, que la vida puede ser liviana sin ser superficial, que existe una manera de habitar el mundo sin dejarse atrapar por su peso.

Colibrí, pequeña maestra de la levedad, cuando te posas en la rama más frágil del rosal, me enseñas que la delicadeza es también una forma de fortaleza. En tu pico encuentra refugio toda la dulzura que el mundo todavía guarda, y en tu mirada, dos gotas de obsidiana pulida, veo reflejada la inmensidad de un universo que cabe en lo diminuto.

Así transcurren nuestros días juntos: tú suspendida en tu eterno presente de pétalos y rocío, yo anclado en mi tiempo humano pero liberado por tu ejemplo. Porque contigo he descubierto que el amor verdadero no aprisiona sino que enseña a volar, que la compañía más perfecta es aquella que respeta la naturaleza salvaje del otro, que permite que cada quien sea fiel a su propio cielo.

Colibrí, mi compañera de vida, cuando llegue la hora en que mis ojos ya no puedan seguir tu danza aérea, sabré que has dejado en mí algo de tu magia: la certeza de que existe una forma de amar que es puro movimiento, pura gracia, puro asombro renovado cada día como el amanecer sobre las flores del jardín donde nos conocimos.

CRECER CON UNA HIJA

Para Ximena.

Hay días en que la miro y no reconozco al hombre que fui antes de que ella llegara con sus ojos enormes y su manera de preguntar por qué el cielo no se cae. Me veo en el espejo y descubro que tengo las manos más suaves, que camino más despacio por los pasillos de casa, que he aprendido a susurrar canciones que no sabía que conocía.

Crecer con una hija es como aprender un idioma nuevo cada mañana. Ayer entendía su llanto de hambre, su risa cuando encontraba una mariposa en el jardín, luego aprendí a traducir sus silencios de adolescente. Es un diccionario que se escribe solo, página a página, con la tinta invisible de los días que pasan sin aviso.

Ella me enseña que la ternura no es debilidad sino arquitectura: construyo con ella torres de almohadas que desafían la gravedad, palacios de mantas donde gobierna la imaginación, puentes de palabras que conectan su mundo con el mío. Cada abrazo suyo es una lección de ingeniería emocional que no aprendí en ninguna escuela.

Los domingos por la tarde, cuando el sol se cuela por la ventana y la veo concentrada dibujando mundos imposibles, entiendo que yo también estoy creciendo. Que sus preguntas me obligaban a encontrar respuestas que no tenía, que su confianza ciega en mí me conviertió en el hombre que ella cree que soy. Es un crecimiento hacia adentro, una expansión del alma que duele y alegra al mismo tiempo.

Había noches en que la veía dormir y pensaba en el hombre que soy ahora cuando ella ya no necesita que le ate los zapatos, cuando sus secretos no son míos, cuando sus sueños la llevan lejos de esta casa donde ahora ya no reina su risa. Y entonces comprendo que crecer con una hija es también aprender a soltarla, a ser lo suficientemente fuerte para dejarla volar y lo suficientemente sabio para estar ahí cuando decida regresar.

Porque al final, crecer con una hija no es otra cosa que convertirse en el tipo de hombre que merece ser su padre, día tras día, error tras error, abrazo tras abrazo, hasta que un día ella tenga hijos propios y entienda, como yo entiendo ahora, que el amor más grande es aquel que se construye en las pequeñas cosas: en el desayuno compartido, en el cuento antes de dormir, en la paciencia infinita para responder siempre que pregunte por qué el cielo no se cae.

HABLEMOS DE AMOR

Hablemos de amor como quien habla del viento que mueve las cortinas al amanecer, con esa naturalidad que no busca explicaciones sino que simplemente acepta el misterio de lo que llega sin avisar. Hablemos del amor que nace en los intersticios del tiempo, entre el café que se enfría y la palabra que no se dice, en ese espacio donde las miradas se encuentran y reconocen algo que las palabras aún no han aprendido a nombrar.

Porque el amor, ese territorio sin mapas, no se deja domesticar por los discursos ni se rinde ante las definiciones. Es más bien como el agua que busca su cauce, moldeándose a los accidentes del terreno, persistente y suave a la vez. Hablemos de cómo se instala en los gestos pequeños: el modo en que alguien guarda silencio para escucharnos mejor, la manera en que sus manos encuentran las nuestras sin buscar, el ritual secreto de compartir el último bocado.

Y qué decir de esa extraña geometría del amor, que convierte las distancias en cercanías y hace que dos soledades se transformen en una compañía inesperada. Hablemos de cómo el amor nos enseña idiomas que no sabíamos que sabíamos: el lenguaje de los cuerpos que se reconocen, el dialecto de las ausencias que se vuelven presencia, esa gramática del deseo que no se aprende en los libros sino en la experiencia directa de ser tocados por otro ser.

Hablemos también del amor que duele, porque todo lo verdadero trae consigo su propia herida. Del amor que nos obliga a crecer más allá de nuestros límites conocidos, que nos pone frente al espejo despiadado de nuestras contradicciones. Del amor que nos enseña que amar no es poseer sino liberar, no es completar sino acompañar el vuelo del otro, aunque ese vuelo a veces nos lleve por caminos que no habíamos imaginado.

Porque al final, hablemos de amor como de lo único que verdaderamente importa: esa fuerza misteriosa que nos conecta con lo más profundo de nosotros mismos y con la vastedad del mundo, que nos recuerda que estamos aquí no solo para sobrevivir sino para florecer en la compañía de otros corazones que, como el nuestro, también buscan un lugar donde ser simplemente lo que son, sin máscaras ni disculpas, en la honestidad radical de quien se atreve a amar y ser amado.

TUS BESOS

Tus besos son la música que no se escribe, la partitura invisible que mis labios aprenden de memoria cada madrugada. Son el eco de todas las palabras que nunca dijimos, suspendidas en el aire como polen dorado, esperando ser respiradas. En la geografía secreta de tu boca descubro países que no aparecen en ningún mapa, ciudades construidas con la arquitectura del deseo, calles pavimentadas con promesas y plazas donde se reúnen todos mis silencios.

Cada beso tuyo es una pequeña muerte y una resurrección simultánea. Me disuelvo en la sal de tu saliva, me reconstruyo en la humedad de tu aliento. Tus labios son la frontera más hermosa que he cruzado sin pasaporte, el territorio donde pierdo mi nombre y encuentro mi verdadera identidad. Allí, en ese espacio mínimo donde se tocan nuestras bocas, se escribe la historia más antigua del mundo: la del encuentro imposible entre dos soledades que se reconocen.

Guardo tus besos en frascos de cristal, como conservas de verano, para los días de invierno cuando tu ausencia se vuelve geografía árida. Los despliego como mapas del tesoro en las noches de insomnio, siguiendo con el dedo las rutas que trazan en mi memoria. Porque tus besos no son solo contacto: son continente, son brújula, son la única oración que conozco en el idioma del cuerpo enamorado.

DEDOS ENTRELAZADOS

Hay una cartografía secreta en el encuentro de nuestras palmas. Un mapa que se dibuja cada vez que tus dedos buscan los míos en la penumbra de la tarde, cuando el asfalto se vuelve río y nosotros, náufragos voluntarios de esta ciudad que nos devora los pasos. Caminar contigo es inventar un país donde las aceras son senderos de montaña y cada semáforo, una pausa para contemplar el paisaje de tu perfil recortado contra las vitrinas iluminadas.

Nuestros pasos se sincronizan como relojes cómplices. Tú llevas el compás de la lluvia en los zapatos, yo cargo el eco de todas las calles que hemos recorrido juntos. Hay algo de ritual primitivo en esta danza urbana, algo que nos conecta con los primeros humanos que descubrieron que caminar de la mano era una forma de domesticar el miedo, de hacer habitable la inmensidad del mundo.

Entre tu mano y la mía se construye un puente invisible. Un arco de carne tibia que desafía la geometría de la soledad. Cuando aprietas mis dedos, siento que el tiempo se detiene en esa presión exacta, en esa pequeña urgencia que dice: aquí estamos, ahora, resistiendo juntos la gravedad de lo que se desvanece. El mundo puede derrumbarse a nuestro alrededor, pero en el círculo perfecto que forman nuestros brazos unidos hay una patria portátil, un territorio que llevamos a donde vamos.

Los transeúntes nos miran como si fuéramos arqueólogos del amor, excavando ternura en medio del cemento. Y quizás tengan razón. Quizás caminar tomados de la mano sea la única arqueología posible en estos tiempos de prisa, la única manera de desenterrar la belleza que yace sepultada bajo las capas de rutina y desencanto.