Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

La adolescencia de mi hija

Ximena fue desde antes de su nacimiento una niña muy amada, al nacer como unigénita, fue muy consentida en adición, aunque a los dos años se le dio el peor regalo que los padres pueden dar a los hijos; un divorcio. Esto contribuyó a que mis cuidados, atenciones y amor se volcaran en ella a cambio de compensar mi ausencia de su hogar.

Muy cariñosa y apegada a mí, le enseñé a nadar, patinar, montar en patineta, bicicleta, andar en patines, trepar árboles, manejar y todo lo que se nos ocurría necesario. Era un placer salir con ella pues desde pequeña era una gran conversadora, ¡no paraba de hablar!

A muy temprana edad descubrimos una manera de cumplir nuestros acuerdos sin necesidad de jurar por Dios, una vez que acordábamos algo lo seguía la frase: “Un trato es un trato…”, decía uno; “…y los tratos se cumplen” contestaba el otro. Sigue vigente ese acuerdo hoy en día, por cierto.

Aun divorciados su mamá y yo, la veía diario durante su niñez hasta que entró al bachillerato, debido a mi trabajo donde debía viajar excesivamente solo pasaba conmigo los fines de semana.

Al llegar su adolescencia vinieron los problemas, alguien le cambio el “chip”, vinieron los desacuerdos, de ser su héroe pasé a ser su peor enemigo, al menos así me lo hacía sentir, no me di cuenta en qué momento sucedió el cambio pero puedo decir que fue casi instantáneo. La dulce y cariñosa niña que había sido siempre, de pronto dejó de serlo, todo le parecía mal, cualquier cosa que decía le molestaba, nada parecía agradarle, nuestros juegos y bromas de antes ya no le divertían, yo era el foco de su ira, eso era lo que yo sentía.

Su madre y yo, y mi esposa posteriormente, siempre pusimos límites en su educación, consideramos que son necesarios para el buen desarrollo de los hijos, pues es importante que sepan que las cosas para conseguirlas requieren un esfuerzo, a veces pequeño y otras muy grande. Ximena nunca dio problemas sobre este punto… hasta su adolescencia.

Comenzó a romper los límites establecidos, a mentir abierta y descaradamente, a confrontarme, contradecirme, era toda una insolente e intolerante en la extensión de la palabra, muchas veces intenté razonar con ella, pero no pasaba mucho tiempo y se repetía la misma conducta, no podíamos ponernos de acuerdo y cuando yo creía que habíamos logrado uno, se negaba a sellarlo con la frase que juntos acuñamos desde que era pequeña, muy pequeña (“Un trato es un trato… y los tratos se cumplen” ) lo que decía en su lugar era “¿No me tienes confianza?”, a lo que debía responder que sí para evitar una nueva discusión, me tenía avasallado.

Nunca he creído en dar una tunda a los hijos, en mi caso mi madre se excedió y me dio con todo hasta los 20 años, cuando en un acto de madurez, la confronté y le dije que ya era suficiente. Algo en mi interior me dice hoy que no está del todo mal si se da en el momento adecuado, con la dosis adecuada y en el lugar expresamente diseñado para tal fin… las pompas. Me tardé en hacerlo, me resistía, dudaba, me daba miedo, muchas veces en el clímax de una discusión Ximena me amenazaba con nunca más volver conmigo, lo decía con tal seguridad que me mataba interiormente, seguro estoy que nunca se lo demostré pero ella bien que lo sabía.

Pero no hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague, después de usar varias veces, el ya famoso y conocido “cuento tres; uno…” o el “ te voy a dar…”, un buen día, sin enojo interior, plenamente razonado, con toda conciencia, sabiendo que podría causar una ruptura total entre ella y yo y con el corazón partido en pedazos, me armé de valor le di un solo cinturonazo a sus 16 años, de esos que no duelen físicamente pero que te mandan una profunda señal al alma.

¿Que pasó después? Amenazó con demandarme, entre lágrimas llamó a su mamá diciendo que el “cavernícola” de su padre la había golpeado, hablamos su mamá y yo al teléfono y me sentí aliviado cuando ella psiquiatra experta con muchos años en ejercicio y experiencia, me dio la razón. Mientras en otra habitación Ximena era consolada por los brazos de mi esposa, con quién siempre ha llevado una excelente relación, pero que también sufrió en ocasiones los desplantes de Ximena.

A partir de aquel día las cosas fueron mejorando entre mi hija y yo, lentamente primero, muy rápidamente después, hasta llegar a hoy en donde es una bella señorita de 22 años, muy independiente, con una carrera terminada y a punto de iniciar otra, trabajando desde hace 3 años, teniendo éxito en lo que ha emprendido y con una estupenda relación conmigo que mejora día con día, no la veo tanto como quisiera, pues entre otras cosas, hay novio incluido que le roba su atención hacia mí.

Seré padre de Ximena toda su vida, en una temporada fui su maestro, espero ansioso el día que descubra que podemos ser los mejores amigos, los acuerdos volvieron y hemos vuelto a cerrarlos con la frase que descubrimos en su niñez; "Un trato es un trato… y los tratos se cumplen”.

Ximena te amo.

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