Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

Las tardes de enero

Va cayendo la noche: La bruma
ha bajado a los montes el cielo:

Una lluvia menuda y monótona
humedece los árboles secos.
 

El rumor de sus gotas penetra
hasta el fondo sagrado del pecho,
donde el alma, dulcísima, esconde
su perfume de amor y recuerdos.
 

¡Cómo cae la bruma en el alma!
¡Qué tristeza de vagos misterios
en sus nieblas heladas esconden
esas tardes sin sol ni luceros!
 

En las tardes de rosas y brisas
los dolores se olvidan, riendo,
y las penas glaciales se ocultan
tras los ojos radiantes de fuego.
 

Cuando el frío desciende a la tierra,
inundando las frentes de invierno,
se reflejan las almas marchitas
a través de los pálidos cuerpos.
 

Y hay un algo de pena insondable
en los ojos sin lumbre del cielo,
y las largas miradas se pierden
en la nada sin fe de los sueños.
 

La nostalgia, tristísima, arroja
en las almas su amargo silencio,

Y los niños se duermen soñando
con ladrones y lobos hambrientos.
 

Los jardines se mueren de frío;
en sus largos caminos desiertos
no hay rosales cubiertos de rosas,
no hay sonrisas, suspiros ni besos.
 

¡Como cae la bruma en el alma
perfumada de amor y recuerdos!

¡Cuantas almas se van de la vida
estas tardes sin sol ni luceros!

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