Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

Una tarde cualquiera

El restaurante, aunque lleno, estaba muy tranquilo, la música de fondo y el ambiente agradable le daba una calidez ideal para disfrutar de la comida, que dicho sea de paso era suculenta.

Ensimismado en sus pensamientos no la vio llegar, ella estaba en la mesa de enfrente con una amiga, quizás estaban antes pero no la vio. Desde el momento en que la descubrió no pudo quitarle los ojos de encima, procurando ser discreto.

Ella tenía la belleza y la serenidad de la madurez, sonriente de ojos claros y cabello castaño que recogía y soltaba como para estar cómoda, pero se veía tan femenina.

En algún momento cruzaron las miradas y se sonrieron amistosamente, él se sintió nervioso pero alegre.

La amiga se paró y ellos se invitaban su comida a la distancia, a manera de broma y de manera sutil, casi imperceptible para los demás, aprovechando ese momento de secreta intimidad.

El trataba de no verse insistente, no quería dejar una mala imagen, disfrutaba de verla nada más, no tenía ninguna otra pretensión pero reconocía que estaba embelesado de ella. Volvió su compañía, la de ella.

Así pasó el tiempo intercambiando miradas a hurtadillas, la acompañante de ella parecía no descubrirlos. Hasta que él decidió retirarse.

Se levantó y con un gesto amable se despidió de las dos amigas, al llegar a la puerta giró para mirarla por última vez para descubrir que ella lo seguía abiertamente con la mirada. Ella le sonrió como despedida, el correspondió.

Caminó rumbo a su casa, que no estaba lejos, no había caminado muchos  pasos del restaurante cuando ella lo siguió. Había olvidado sus lentes y ella se los llevaba.

-Que torpe soy. Dijo a manera de disculpa y agradecimiento.

-A todos nos pasa. Contestó ella amable, con voz suave y femenina, sonriendo, aliviando la tensión del momento.

Se miraron con descaro fijamente a los ojos, sin testigos, en plena calle. La respiración de ambos se entrecortaba. Sus manos se rozaron y el sujetó las de ella. Se acercaron sin dejar de mirarse.

La noche caía, algunos autos pasaban y la calle vacía les pertenecía. Todo apuntaba a que el romance flotaba en el aire. Mientras los rostros de los dos lentamente se acercaban.

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