Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

Aquella noche

La noche era cálida y solo se escuchaba el sonido del mar acariciando la playa, era tarde, muy tarde, casi al amanecer.

Se habían amado hasta agotarse, era la última noche juntos en ese lugar, después cada quien partiría con destino diferente.

El tenía un terrible presentimiento, así que mientras ella dormía sollozando por la partida, el la cobijó con su brazos y la tranquilizó con su pecho. Era una abrazo lleno de amor donde en silencio él le entregaba su corazón, su alma, su vida y todo su ser.

La amaba como nunca antes había sentido, la cuidaba, la consentía, estaba pendiente de ella siempre, atento a sus necesidades, a complacerla, a darle paz y serenidad en un mundo convulsionado.

Ella era su prioridad, se dispuso a amarla sin reserva, sin medida, sin recato y sin pudor. Amarla toda siempre... y lo cumpliría.

Cuido su sueño, acarició su cabello y su cuerpo todo, besó su frente. Ella como respuesta suspiraba, largo y profundo. Aun dormida lo sentía. Así pasaron el resto de la noche; ella dormía y suspiraba, él le entregaba todo su ser, cuidándola aunque ella no lo supiera.

Los primeros rayos del sol los sorprendieron, ella abrió los ojos para encontrarlo a su lado, como siempre. Se miraron y él desde lo más profundo del corazón, de su alma y de su ser, hizo surgir las primeras palabras del día...  Te amo.

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