Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

Noche de lluvia

Se conocieron en el estacionamiento del edificio corporativo. Sus autos quedaban en la misma fila pero el lugar de ella estaba más alejado.

Sucedió que un día coincidieron al llegar, se saludaron cordialmente y juntos caminaron hacia los elevadores.

Ambos trabajaban en el piso 35 de la torre  financiera de oficinas corporativas, en oficinas opuestas, ella llevando las cuentas de países emergentes y él las de países asiáticos. La torre albergaba a los mejores financieros del mundo, ellos eran parte de esa élite.

Coincidir por la mañana se convirtió casi en un hábito, compartían el elevador y con un poco de tiempo comenzaron a comer juntos. Sus platicas tocaban varios temas pero el mundo de los negocios era usualmente su tema central, ambos profesionales con mucho conocimiento, gustaban de compartirlo entre ellos.

Un buen día o mejor dicho, una buena noche coincidieron al salir, en su ámbito laboral existe hora de llegada pero la hora de salida es siempre incierta.

Esa había sido un día maravillosamente nublado pero cuando ellos salieron de la zona de elevadores rumbo a sus autos, cayó un inesperado aguacero acompañado de un cerrado granizo. El auto de él quedaba cerca y corrieron a.refugiarse de la fuerte lluvia que cayó y que con solo unos segundos los dejó empapados.

Jadeantes entraron por la misma puerta cubriéndose con sus respectivos portafolios. Al entrar él prendió el motor para llevarla hacía su auto, pero lo cerrado de la lluvia y el granizo no permitían ver al exterior.

Entonces encendió la calefacción el auto estéreo mientras bajaba un poco la lluvia. Los vidrios se empañaron inmediatamente y se escuchaba el fuerte golpeteo del granizo en la carrocería del auto. Casi simultáneamente se quitaron sus sacos y escurrían gotas de lluvia de sus cabellos.

Reían y disfrutaban del momento, esa noche en ese instante parecía que el tiempo se había detenido. Solo intercambiaron algunas palabras y muchas sonrisas hasta que hubo un silencio entre ellos, que se miraban fijamente, embelesados, sus rostros cambiaron la sonrisa por otro gesto, aparentemente de seriedad.

Ella quitó su cabello del rostro y limpio unas gotas que escurrían del rostro de él, lo hizo con familiaridad, casi como cualquier cosa, pero ya no quitó su mano de su rostro y él por corresponder acarició la mano libre de ella.

Ella tomó la iniciativa y sin más lo besó, suave, largo, intensamente, él por supuesto que correspondió sin dudarlo, tenían mucho tiempo tratándose pero nunca habían hablado de temas de pareja de tan absortos que estaban en sus respectivos trabajos.

Las caricias y los besos subieron de intensidad mientras la ciudad se llenaba de blanco granizo, se tocaban, se acariciaban se reconocían, lo hacían sin recelo y con gusto.

Ella susurró a su oído:
-Reclina el asiento. Y lo hizo presuroso, sin más ella se monto en él y ambos buscaban el centro, para tocarlo, desnudarlo, gozarlo.

Ella abrió la camisa de él y él la de ella y le soltó el brasier para dejar al descubierto sus senos y se pezones erectos, los que beso, lamió y chupo mientras la sujetaba fuerte por su trasero.

Montada en el abrió sus piernas e introdujo su virilidad tan profundo como pudo en ella, gemían, suspiraban se besaban, se estrujaban, se jalaban, se rozaban, se tallaban, a ratos ella clavaba sus uñas en el pecho de él. Lo cabalgaba a placer, se entregaban en rítmico vaivén, muy juntos y apretados, con besos profundos e interminables.


Desde el piso 35, donde trabajaban se veía una ciudad blanca y con lluvia interminable con relámpagos y truenos y el estacionamiento lleno a la mitad. No podía verse dentro de los autos pero algo mágico estaba sucediendo en uno de ellos, una pareja se conoció en ese lugar y en ese mismo lugar estaban estrenando su pasión y entregando su alma y su amor, en una noche de lluvia.

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