Hay dos cosas que me impelen a escribir; el amor y la tristeza.
En ocasiones hay una tercera; la noche, especialmente de madrugada.
También puede existir una cuarta; un vacío interior parecido a la soledad.
Pocas veces se unen, pero al hacerlo siento la necesidad imperiosa de escribir, sin algo preestablecido, o idea fija, solo escribir. Aun cuando el producto terminando no sea perfecto, nunca lo es, por principio todo se puede mejorar, pero esta vez me refiero a que el resultado satisfaga mi deseo.
Entonces escribo, con pluma y papel o desde el dispositivo electrónico más cercano, aunque prefiero los primeros por sentirlos más íntimos, más propios y apropiados aunque en variadas ocasiones, temporales.
Escribir libera mi alma, le da paz y salen mis demonios aunque no necesariamente convertidos en letras. Mas bien se van, se alejan, se despide no de mi en cada letra y desaparecen al final de cada palabra.
Tengo una idea romántica sobre escribir y es que cuando ya no esté, mis escritos seguirán, sin importar si alguien los lee o no, seguirán hasta que un bienaventurado día, alguien encuentre alguno y me lea, entonces volveré a vivir y mis letras habrán dejado su huella...
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