Ninguna mujer me ha querido tanta precisión como tu. Es una precisión tan grande que casi es dureza. Es una dureza tal que ya es una solidez. Es una solidez tan sustantiva. Cuando quiero escribirte sobre nuestro amor, me sobran todas las palabras, se me envuelven de agua y me parece que quiero envolver y encerrar en agua una cosa sólida y dura.
Fíjate bien en que hablo de “dureza” en el sentido físico; no de dureza moral, no de “crueldad”. No de “maldad”, en suma. Tú a veces has sido cruel y mala conmigo, pero eso no lo hizo tu amor, si no tu amor propio, es decir: tus celos. Por eso no lo pongo a cuenta de tu amor. No. Lo que me asombra es la calidad metálica de tu amor, esta cosa desnuda y segura. En verdad: tú supiste siempre lo que querías, y tú me diste a mi la llamada de atención. Para la inexperiencia en que vivías, ¡que inmensa moral en tu manera de abordarme, de fijarme un día una cita precisa, y de decirme sin preámbulos: dígame ahora todo lo que tiene que decirme”! esto revela, cuando lo pienso bien, una energía tan tremenda que da miedo. Y lo extraño es que esta inmensa energía tenga, toda ella, forma de mujer. Quiero decir (voy a ver si logro explicarme o si me entiendo yo mismo): lo extraño es que esta energía tuviera por fin, por incentivo, el entregarse de veras, sin reservas, sin querer conservar autoridad ni control alguno. Tu solo querías ser devorada: ésta es la verdad: ser poseída y poseída con extravió, hasta el estrujamiento y el abuso si fuere posible.
Tal vez por eso nadie me había hecho sentir tan hombre.
La gente de mis hábitos mentales es, por esencia -a pesar de todo lo que parezca- tímida. La inteligencia es un gran disolvente de los ímpetus naturales. Yo solo podía saber de veras lo que quiero de una mujer, el estrago de amor que tengo ganas de hacer en ella, cuando apareciera una mujer lo bastante brava para dar por supuesto este apetito mío, casi diré para reclamármelo. Cuando tu me asegurabas, entre caricias: “nadie sabe mejor que yo el hombre que tu eres, nadie lo ha adivinado mejor”, yo se bien que tu no querías hacerme una caricia con palabras. Esa retórica de la ternura -la caricia por la blandura de la caricia- está lejos de ti.
En ti, contigo, el amor es bravo., pero sin ternezas inútiles ni disimulos infantiles. Sagrado, algo feroz. Tendría que inventar otras palabras para hablar de tu amor. Siento que no esta hecho el lenguaje de esto… el lenguaje aplicable a lo que a ti y a mi nos acontece.
Ello es que te has apoderado de mi cuerpo, de mis nervios, de mis deseos, de mis imaginaciones, de mis sueños, de mi sensualidad, de mi idea de la vida… yo creo que empieza para mi una nueva era, y toda procede de ti. Siento que me he estado mintiendo solo, que hacia yo una farsa delante de mi mismo. Desde que tu me quemaste, empezó a organizarse en mi otro equilibrio.
Y es muy rara -lo sé- esta manera de hablarte de mi amor. Yo no tengo la culpa de que tu hayas causado este torbellino en mi mente. Es bueno que sepas que te recuerdo incesantemente, y que sobre el recuerdo de tu cuerpito estrujado, y de tu alma atónita de la voluptuosidad entre mis brazos estoy yo sintiendo nacer, dentro de mi, otro sentido del mundo.
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