Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

A veces...

A veces por las tardes nos poníamos necios y nos ahogábamos en una vorágine de rabia ciega que nos acechaba de repente y nos desechaba en direcciones opuestas; heridos de palabras, golpeados por el miedo, buscando la razón de la sin razón. 

Y después de la tormenta, el amanecer encontraba nuestros cuerpos despojados de todo lo malo, desnudos de prejuicios, y juicios y culpas, curándonos las heridas, besándonos las cicatrtices, amándonos como solo nosotros sabíamos hacerlo, como dos necios enamorados.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario