A veces por las tardes nos poníamos necios y nos ahogábamos en una vorágine de rabia ciega que nos acechaba de repente y nos desechaba en direcciones opuestas; heridos de palabras, golpeados por el miedo, buscando la razón de la sin razón.
Y después de la tormenta, el amanecer encontraba nuestros cuerpos despojados de todo lo malo, desnudos de prejuicios, y juicios y culpas, curándonos las heridas, besándonos las cicatrtices, amándonos como solo nosotros sabíamos hacerlo, como dos necios enamorados.
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