Y aprendí que las historias no se escriben solas, que necesitan de las palabras para que se empiecen a escribir.
Que no todas empiezan con “Había una ve?” ni terminan con un “Felices para siempre”, que algunas jamás pasan del prólogo, que “adiós” no significa el punto final.
Que hay unas que las terminas de escribir con lágrimas y las vuelves a leer y te das cuenta de que otra vez te harán llorar.
Que la historia comienza con un sueño y por lo tanto jamás debemos de dejar de soñar.
Yo no te olvido, habitas en un lugar donde nadie puede tocarte, donde nadie sabe que existes, donde nadie puede herirte, ni yo con mi olvido, ni tú con tu ausencia.
Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.
Aprendí
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