Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

Tú, testigo silenciosa de mis versos, 
del tiempo que he tenido, y aún recuerdo, 
aullaste en labios íntimos sin dientes,
distantes, dormidos, cansados y ausentes.


Vestiste mi cuerpo con piel de poeta,
con la misma piel de tus blancas piernas. 
Y con este traje re pienso y recuerdo,
tímida, delgada, temerosa y tierna.


Y fingí olvidarte, aunque aún te recuerdo 
al mirar las pieles del poeta muerto. 
Y aunque no te escriba estás en mis versos, 
valientes, cercanos, presentes y nuestros.

No hay comentarios.: