Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

Déjame ser el lobo

Déjame ser el lobo
-sombra de sed y perro y hambre-
que entra en la noche
 de tu cuerpo
con pasos húmedos,
titubeantes,
por tu bosque incierto
-tu  olor a mar me guía
hacia tu oleaje-
para tocar adentro
                        la luna creciente,
de tu sonrisa.

Déjame conocer
-con lengua incluso-
la obscuridad
     más honda,
la más callada,
e invocar
con movimientos
repetidos
-rituales-
la luna llena
de tu cuerpo,
la que me lleva a ti
como si yo fuera,
                   en tus manos,
agua
que conviertes
en marea
iluminada.

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