Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

El arte de querer con huevos

A mí me enseñaron a querer con huevos, me dijeron que las cosas se arreglan, que lo que se rompe no se tira, que cuando quieres a alguien te quedas hasta el final, hasta agotar todas las opciones, hasta que el cansancio se pose sobre tus cejas. 

A mí me enseñaron a querer a lo pendejo, a ser valiente, a no medirme y entregar el corazón por completo aunque jamás regrese de la misma manera, me enseñaron a darlo todo sin esperar nada a cambio. 

A mí me enseñaron que estar con alguien es el compromiso más grande que puede haber, que las mariposas en la barriga y esas mamadas son lindas, pero no lo son todo, que a veces el amor también requiere sacrificios y aguantar tormentas. 

A mí me enseñaron que ya no estoy para amores mediocres, que debo ser intolerante con los amores medianos, que esos que usan pretextos como la lluvia, la distancia y la falta de tiempo no tienen espacio en mis días. 

A mí me enseñaron a querer con huevos, a sentarme bajo la sombra de los árboles, a tener citas bajo las estrellas, tardes en los columpios, caminatas sin rumbo, pláticas en la madrugada, paseos en los museos y hasta incluir tacos y cervezas. 

A mí me enseñaron a querer sin miedo, a enamorarme como si fuera la primera vez en cada ocasión, porque me da más miedo convertirme en lo que me hizo daño y andar escondiéndome cada que el romance toque mi puerta. 

A mí me enseñaron a querer con huevos, a no prostituir mi cariño, a valorar mi soledad para que solamente pueda quitármela quien también sepa querer con huevos.

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