Esa noche como tantas otras, el rascó su espalda como solía hacerlo hasta que ella dormía. Pero esta ocasión había en el ambiente un sentimiento que contenido otras noches, por esta vez en especial flotaba libre; el amor total.
Ella inquieta no conciliaba el sueño, acalorada se quitó la camiseta dejando su torso desnudo como pícara invitación a juntar piel con piel.
Al principio, nervioso siguió rascando su espalda a la vez que besaba sus hombros y su cuello, ella con suaves gemidos dirigía besos y caricias hacia sus puntos más sensibles, él gustoso exploraba palmo a palmo el semidesnudo cuerpo que ella sin recato, amorosa le ofrecía.
Las caricias fueron volviéndose más intimas, se llegó al desnudo total, cuando ella recargó su espalda con su pecho, la de él, y sus caderas con su pelvis, también la de él, sentían mutuamente acelarando su pulso, entrecortando su respiración, agitando ambos corazones.
Él aprovechó para acariciar sus pezones, su vientre, su entrepierna, ella movía rítmicamente su cadera sintiendo su virilidad y alimentando ese deseo absurdamente contenido por temor de lo que podría pensar el otro.
Continuaron las besos y las caricias atrevidas, ella tomando la inicitiva, abrió la puerta con sutil invitación y el entró gentilmente, con la delicadeza con la que se trata a quien se ama.
Era una noche normal, calurosa, que a ellos se les hizo corta y el calor no importaba, los sorprendió la mañana amándose, sin reserva ni medida, sin recato ni pudor.
Fue una noche distinta a otras porque esa noche, en ambos, el amor total hizo su entrega.
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