Hay amores que no nacen
en un tornado de piel.
Necesitan adentrarse en miradas cómplices,
que van relajando las desconfianzas
de las experiencias más amargas.
Construyen puentes de intención que salvan
las distancias entre diferencias aparentes
y semejanzas evidentes.
Rozan, susurran, acompañan.
Y, desde ahí, surge el resto.
En un orden tan sabio,
que primero hace conectar
para luego entregar.
Invitando a una colección compartida
de travesuras implícitas en formalidades.
Acortando días, alargando noches
y originando mañanas de besos con café.
Insinuando, deseando, disfrutando.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario