Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

La azoté...

Le azoté, 
no quería, 
pero le azoté la mente 
y se corrió sobre mis versos. 
Dejó su orgasmo derramado 
entre mis palabras 
y sintió volar, 
pero yo no la toqué. 

Ella me leyó a escondidas 
y mis palabras 
hicieron el resto del poema. 
Me lo confesó entre copas, 
y esa noche sobraron las palabras. 

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