Hay noches como esta, en la que veo al mundo girar en torno alo triste. Hay noches en las que, si me detengo un minuto a pensarlo, puedo darme cuenta de lo vacías que me resultan. Y entonces trato de buscar dentro de mí mismo una salida o una respuesta. La mayoría de incógnitas que me cargo están cerradas y las llaves perdidas.
Cuánto tiempo seguiré así, eso no lo sé y, a veces, tampoco me importa. He aprendido a caminar con peso encima desde que conocí cara a cara a la realidad, y hoy sólo prosigo aquel camino, que en ciertas ocasiones parece el atajo hacia no sé qué lugar al que tengo tantas ganas de ir y, al mismo tiempo, de alejarme. Todas las noches me pregunto si alguna vez el amor podrá salvar tantas vidas, tantos sueños que se dejan levar por aquel ciclo que gira alrededor de la tristeza, de la desesperanza, de aquel remordimiento prematuro que nos ahorca incluso antes de asumir algún riesgo. Debe ser posible imaginarlo, que el tener al amor como horizonte es otra manera de saber que cualquier camino que elijas siempre va a ser el correcto. Hoy sólo me quedan estas noches a la intemperie.
Noches en las que el reloj comienza a marcar algo más que la hora. Noches sin luna ni trasfondo, sin más razón de ser que la nostalgia. Noches. Simplemente noches.
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