Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

TRES AÑOS, DOS MESES Y UN DÍA

Tres años, dos meses y un día
El retorno de la misa.
 
Ya no sé cuántas veces me he despedido de ti, en los mensajes, en los poemas, en mis sueños… pero esta vez no te hablaré de un «para siempre». Me despido de ti para volver de vez en cuando a tu recuerdo, para que vuelvas a inspirarme uno que otro poema sin que ello implique un deseo mayor, o eso espero.

De mi libro «La Ciudad de los Recuerdos», 2021

Para E. O. V.

Hola, bonita.

Esa expresión me causa nostalgia, pues no he vuelto a decirle «bonita» a nadie. Es curioso que, a pesar de haberte marchado, continúe guardándote cierta exclusividad, pues aunque esté justificada, no calza del todo con mi actual visión pragmática de la vida. Me temo que el Heber que alguna vez fui contigo sigue existiendo muy en el fondo del que soy ahora. Moribundo, eso sí; casi exánime, pero permanece, y me ha hecho entender que, simplemente, hay cosas que nacieron y murieron por ti.

Han pasado tres años desde la última vez que me escribiste… tres años, dos meses y un día. Tu mensaje, obviamente, me tomó por sorpresa, sobre todo por lo extenso que era. ¿Me creerás si te digo que tuve que refugiarme en el baño del gimnasio porque mis ojos comenzaron a lagrimear? En ese momento me avergoncé de mí mismo. Tanto alarde con el pragmatismo, tanto alarde con que ya te había superado… tanto alarde para descubrir que, pese a haber aceptado la ruptura, sigues tocando esa fibra sensible que trato de ocultarle al mundo.

Confieso que pasé años pensándote, echándote de menos. Sé que quieres saberlo, así que te lo diré: no he vuelto a querer a nadie como te he querido a ti. Y fueron años, querida… años. Años releyendo nuestras conversaciones, años sin fijarme en nadie, años evadiendo los escenarios amorosos, por no saber olvidar, por no tener el alma lo suficientemente fría como para entregarme a aventuras pasajeras, como lo hubiera hecho cualquiera. Años reprochándote por haberme reemplazado tan rápido: a él le abriste tantas puertas tras las que yo sólo me quedé esperando, como un perro callejero en invierno, oteando a través de la ventana cómo te acurrucabas en aquellos brazos que no eran los míos. Años pensando que nunca te importé realmente, y todo por ese miedo que nos acobardó a ambos. Tú por pensar que no merecías el amor que tenía para ti, y yo por pensar que no valorabas lo que te estaba entregando. Las dudas fueron asesinas, querida. Los silencios, los vacíos, el orgullo. Eso dividió nuestros destinos. A ti te hizo conformarte con lo que tenías delante; a mí me hizo tomar ese camino interminable de los que tienen el alma encadenada al vaivén de la memoria. Por desgracia, el escritor que soy no ha tenido piedad, y se ha explayado en páginas interminables hablando sobre la mujer con la que soñó una vida entera, y con la que nunca podrá compartir el resto de ella.

Así como tú, yo he llegado a aceptar que no voy a poder sacarte de mi vida. Para bien o para mal, has coronado mi carrera literaria: todos los libros que he publicado hasta ahora hablan de ti. Te los entregué por voluntad propia, con la convicción de que no imaginaba a nadie más protagonizando cada poema y cada relato, los que publiqué y los que sólo te entregué a ti, porque eres portadora exclusiva de varios. ¿Recuerdas cuando te los enviaba por chat para que sólo tú los leyeras? Si no los has guardado, no se me haría raro, por tu mente tan dispersa. Cuánto me encantaría rescatar esos textos, pero todo nuestro chat de WhatsApp se me perdió; fue algo que te conté en su momento, aunque tampoco lo recuerdes ahora. Sobre nuestros stickers, he de confesar que me ocurre algo similar que a ti. No he usado stickers con nadie más en mi vida. Siempre digo que no me gusta usarlos, pero creo que lo que ocurre en realidad es que sólo me gustaba usarlos contigo. Eso también se perdió, junto con las fotos, las notas de voz, los vídeos… lo demás quedó en los libros. Estás incluso en los próximos que voy a publicar, los que firmé como Dashten Geriott. Fuiste inmortalizada por dos escritores al mismo tiempo. Dashten Geriott y Heber Snc Nur tuvieron a la misma musa, amaron a la misma mujer.

Así que, tengo que decirlo: yo de vez en cuando vuelvo a mis libros a buscarte. Algo en mi interior, supongo, no acepta del todo la pérdida, o la ha aceptado pero tiene la imperativa necesidad de refugiarse en aquel plano sensorial de los recuerdos; tal vez porque en esas páginas seguimos siendo nuestros, tal vez porque la vida se ve menos gris en ese futuro que soñamos, y decide refugiarse en él. Lo cierto es que puse tu esencia en todos mis libros, cada uno contiene tu nombre, y no me arrepiento. Seguimos teniendo un nosotros, aunque ahora ya no seamos los mismos. Quien me lea ahora, o quien me lea en un futuro, sabrá que exististe, sabrá que Heber tuvo una musa significativa en toda su carrera, y que, como todo sueño que es demasiado hermoso para ser real, no se quedó con ella.

Pero supongo que estamos a mano: tú despertaste en mí la inseguridad de ser fácilmente reemplazable; y a pesar de todo, yo me volví inolvidable en tu historia. Me podrás reemplazar en todas las áreas de tu vida, menos en el alma. Es una maldición compartida. Somos indelebles el uno para el otro. Tú siempre serás mi musa sempiterna, y yo siempre seré ese camino que dejaste atrás y al que a veces miras con nostalgia, preguntándote si hiciste lo correcto.

Sin importar si te lo mereciste o no, he comprendido que a veces uno ama no para corresponder un mérito ajeno, sino por el simple hecho de que necesita hacerlo: entregarse aunque la otra persona no lo pida, aunque no lo quiera, aunque no lo merezca. Hay necesidad en eso, porque el alma ansía sentir la experiencia de ser vulnerable, de arriesgarse y convertirse en blanco de mil dardos, con la esperanza de recibir, a último momento, un abrazo que aprecie la nobleza que entrega y que le haga confiar en ese gesto de correspondencia, porque en el fondo anhela sentirse cuidada. Y por eso me entregué de esa forma. De mí tuviste todo lo que podía entregarte: mi intencionalidad, mi inspiración, mis sueños, y nada de eso ha vuelto a replicarse.

Pero te comprendo, créeme. Ahora más que antes, claro. Buscabas seguridad, buscabas inmediatez; buscabas aquello que yo, por estar lejos, no podía darte. Mi inexperiencia tampoco ayudó en nada. Era apenas un chico que comenzaba a abrir sus horizontes sociales, un chico inexperto y soñador, nada que ver con el hombre en el que me estoy convirtiendo: más resuelto, frívolo, seguro; un hombre independiente en todo sentido, que busca su propio camino y se abre paso enfrentando un mundo cambiante y cruel. Ahora veo con cierta lástima a ese Heber que fui contigo, y me digo que, si me hubieses conocido en mi actual circunstancia, si hubiese tenido la determinación que tengo hoy, que los sueños ya no me parecen inalcanzables, a lo mejor también hubiese luchado más por hacernos realidad, a lo mejor la historia sería otra. Hubiese sido tu hombre fuerte, tu protector, tu proveedor. Tuyo, enteramente tuyo. Todo lo que soy ahora lo necesitaste antes, claro. El tiempo, en ese sentido, nunca jugó a nuestro favor, desde el inicio. Llegué tarde, como siempre, y tú zarpaste a otro puerto, para compartir tus noches con un hombre que quiero pensar que ha sido bueno contigo. Debe serlo, porque terminaste formando una familia con él, tienen un hijo hermoso que lleva tus ojos. Te vi feliz, y me alegré por ti. Y aunque esa alegría fue más bien un acto de resignación, de verdad esperé que hubieras tomado la decisión correcta. No te negaré que esa fue la vida que deseé para ambos. El presente que tienes con él fue alguna vez el futuro que quise contigo.

Ese amor ideal, ese amor puro, el romance a la antigua, la caballerosidad, los detalles, todo eso forma parte del decorado de una vida que sé que no es para mí. Me ha tocado imaginarla, escribir al respecto, pero sé que no estoy hecho para eso, no después de todo lo que he aprendido en estos años, de todo lo que observo todos los días. Ni el amor ya casi existe, ni la lealtad se aprecia. Ya casi nadie es fiel, y la magia inherente del erotismo ahora es un amago de transacción sin encanto, una moneda de pago cada vez más devaluada. No estoy hecho para este mundo tan grotesco, querida. Mi forma de renegar de él consiste simplemente en mantener distancia, aunque la mayor parte del tiempo tengo que fingir que camino en la misma dirección que el resto, que comparto sus inquietudes, sus inclinaciones, sólo para obtener sus favores, y luego, con la misma facilidad con la que he entrado a ese círculo, salirme de él sin remordimiento. Esa es la razón por la que el Heber que fui contigo ya no me sirve, escapa de mi orden de prioridades; es una faceta que ha quedado retratada en los poemas, pero en la vida las exigencias son otras.

Una vez leí que un hombre tiene un amor de su vida de acuerdo a la cantidad de veces que se enamora, porque cada mujer ofrece una nueva vida. Yo no he vuelto a enamorarme como me enamoré de ti, así que fuiste el amor de mi vida, o al menos de la única parte de la vida que me interesaba vivir. Y en vista de mi renuncia a un amor futuro, sospecho que tú, por haber sido la chica más cercana a mi ideal y la última de la que me enamoré con tanta profundidad, fuiste mi querida Nadie. Me tiembla el alma el solo imaginar que realmente lo fuiste y que te dejé ir, pero no descarto esa posibilidad, al margen de si el tiempo decide sorprenderme después. Fuiste la querida Nadie de ese Heber que estoy matando poco a poco. Te encomiendo la tarea de que lo recuerdes por los dos, porque está dejando de existir.

Hoy la practicidad hace que me desprenda más rápido de los traspiés sentimentales que he tenido últimamente. Lo pienso y me pregunto, ¿cuántas oportunidades nos dimos tú y yo? Recuerdo varias, y ahora soy incapaz de otorgar una segunda. No tengo ganas de luchar, ni ganas de perdonar, ni de intentarlo de nuevo. Las relaciones ahora me resultan un hastío, una inversión sin utilidades que prefiero eludir. Eso debe responder a tu inquietud, de si encontré a alguien que me ame incondicionalmente. No la tengo y tampoco la busco. Ni siquiera yo soy incondicional ahora, ni romántico, ni detallista, ni todo eso que tú añoras. Me dices que no quieres que nadie mancille el recuerdo que tienes de nosotros, así que cuida ese recuerdo, bonita, si así lo deseas. Cuídalo incluso de mí.

No faltará quien intente convencerme —incluida tú— de que no debo cerrarme al futuro. De que aún estoy joven, que me falta mucho por vivir, pero hay otras cosas que ocupan mi mente ahora. Despojarme del valor sentimental que les he puesto a mis anteriores objetivos hace que no me duela tanto el renunciar a ellos. Es parte de la determinación que he adoptado.

Seguramente nos sigamos encontrando más adelante, en los poemas, en los relatos, en estas cartas o, quién sabe, tal vez en esa biblioteca donde fuiste a dejar mis libros, y en la que te refugias acompañada de tu retoño. Me pregunto si alguna vez le has hablado de mí, me pregunto si le has dicho que su madre es inmortal. Yo, en tanto, seguiré siendo tu secreto mientras me sigas ocultando, mientras intentes convencerte de que hiciste bien en abandonar aquellos sueños que un día fueron nuestros. No te sientas culpable por seguir pensando en mí de esa forma. Me ha costado años acoplarme, pero por fin he hecho las paces con la cruda realidad de que no podré olvidarte. No importa cuánto cambie, no importa cuántas cosas vaya abandonando en el camino. Seguirás existiendo mientras el espíritu que alimenta toda la poesía que he escrito siga vivo, y, querida, está claro que él vivirá más que nosotros. Así que vuelve, volvamos de vez en cuando para dejarnos llevar por el sentimiento, sin culpas ni ambiciones, hasta que llegue el día en que tus dudas se disipen, y vislumbres tu realidad con una sonrisa de satisfacción, porque habrás comprendido que sí, que hiciste las cosas bien a fin de cuentas, y que no tienes nada de que arrepentirte. Sólo entonces dejarás de recordarme con tanta intensidad, e incluso te dirás a ti misma que, por fin, ya me has olvidado.

Hay tantas otras cosas que no te he dicho, pero lo demás está en mis libros. Cuando los leas, lo comprenderás.

Tuyo, siempre que me recuerdes:

Heber.

Posdata: What a beautiful mess this is…

Posdata 2: Sawabona; shikoba.

No hay comentarios.: