Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

AMOR DISFRAZADO DE CAFÉ

En el rincón más íntimo de la cafetería, donde el aroma a café recién molido se entrelaza con susurros y miradas furtivas, nace el amor. Es un amor que se despierta con el primer sorbo de esa taza humeante, donde los granos oscuros se funden con la pasión y la melancolía.

El café es un cómplice silencioso, un testigo de encuentros clandestinos y promesas susurradas. Las mesas de madera gastada son cómplices mudos de historias de amor que se tejen entre risas y miradas cómplices. Las sillas crujen bajo el peso de los secretos compartidos, mientras las tazas se tocan en un brindis invisible por lo que podría ser.

El café es como un beso robado en la penumbra, un abrazo que reconforta y despierta los sentidos. Es el calor que se filtra entre los dedos, la dulzura que se derrite en los labios. Cada sorbo es un verso, una caricia que se desliza por la garganta y se posa en el corazón.

Los baristas son poetas inadvertidos, maestros en el arte de mezclar los ingredientes del amor. Muelen los granos con cuidado, como si estuvieran desgranando secretos. La leche se espuma con delicadeza, como si fuera la espuma de los sueños. Y cuando sirven la taza, es como si ofrecieran un pedazo de su alma.

El café es un ritual, una danza que se repite cada mañana. Es el encuentro de dos almas cansadas, que buscan refugio en la rutina. Se sientan frente a frente, con las manos envueltas en la tibieza de la cerámica. Sus miradas se cruzan, y en ese instante, el mundo se detiene.

El café es un lenguaje universal. No importa si se toma en una callejuela de París o en una plaza de Buenos Aires. El aroma a café trasciende las fronteras, las culturas y las distancias. Es un idioma que todos entendemos, una conversación que no necesita palabras.

Y así, entre sorbos y miradas, el café se convierte en el hilo invisible que une corazones. Es el preludio de un beso, la antesala de un te quiero. En cada taza, se esconde un deseo, una promesa, un recuerdo. Porque el café es más que una bebida: es el elixir del amor.

Así que si alguna vez te encuentras en una cafetería solitaria, con la lluvia golpeando los cristales y el aroma a café llenando el aire, no temas. Pide una taza, siéntate en una esquina y observa. Porque quizás, en ese rincón íntimo, el amor te esté esperando, disfrazado de café caliente y miradas cómplices.

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