El amor es una escalera invisible que nos lleva, peldaño a peldaño, hacia lo más profundo de nuestra existencia, ese lugar donde se encuentran las respuestas que no sabemos que buscamos. En cada paso, se despojan las capas de nuestra alma, como si el amor fuera un bisturí divino que nos corta las heridas más ocultas, las que no sabíamos que existían hasta que el otro nos las mostró con su luz.
El primer nivel del amor es el cuerpo, el deseo carnal que nos empuja, como animales conscientes, a buscar la unión física. No es menos digno, pero sí es el umbral de algo mucho más grande. Quisiera, en este momento, poder detenerme allí, en esa piel que invita, que calienta, que nos hace sentir vivos en la más pura de las intensidades. Sin embargo, mi alma me arrastra hacia otro espacio.
El segundo nivel, el corazón, nos invita a amar más allá de la carne, a sentir que el otro se ha incrustado en nuestro pecho, como un latido ajeno que ha encontrado su eco en nuestra propia vida. Amar desde el corazón es comprender que no estamos solos, que el amor no es una flecha disparada al azar, sino una vibración compartida. Es en este nivel donde mi corazón te reconoce, donde el eco de tu ser se encuentra con el mío en un susurro que solo nosotros entendemos.
Pero el tercer nivel… Ah, el tercer nivel es el más difícil. Es la mente. Amar desde la mente es mirar al otro no solo con deseo ni con el corazón desbordado, sino con la conciencia despierta. Es ver su luz y su sombra, abrazar su complejidad, su imperfección, sus dudas, como si fueran nuestras propias dudas. Es en este lugar donde me descubro en ti, donde veo que lo que te hace único también me pertenece. Aquí ya no hay juicio, solo comprensión, una comprensión que transforma.
El cuarto nivel es el espíritu, un nivel que pocos alcanzan, donde el amor se convierte en un acto de sanación. Amar desde el espíritu es entregarse por completo al otro, no para poseerlo, sino para liberarlo, para sanar juntos en ese viaje misterioso que llamamos vida. Este amor ya no es un intercambio, es un sacrificio sagrado. Aquí, siento que mi amor por ti no es mío, es del universo mismo, que fluye a través de mí hacia ti, y a través de ti hacia lo divino.
Finalmente, el amor total, el quinto nivel, es el amor cósmico, un amor que trasciende todo lo que creíamos saber sobre el amor. En este espacio, no hay tú ni yo, no hay un "nosotros". Hay una fusión en la que ambos somos parte de la misma energía, de la misma danza cósmica. Es aquí donde descubro que siempre has estado en mí, como una chispa dormida, esperando a que nuestros caminos se cruzaran.
Así, mi declaración no es más que el eco de una verdad que siempre ha estado aquí: en cada uno de estos niveles te he amado y te amo, no solo como persona, sino como parte de esta sinfonía divina que nos llama a ser, a trascender, a ser uno con el todo. Porque, al final, amar es recordar quiénes somos y hacia dónde vamos, juntos, en esta danza eterna.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario