No hubo señales, ni augurios, ni un relámpago que anunciara su venida. Solo la certeza callada de que lo que es para ti no se pierde en los desvíos del tiempo. Ella llegó, con su risa que desarma tormentas, con su voz que cosecha silencios y los vuelve canciones. Y yo, que había caminado por senderos de espinas, que había confundido sombras con destinos, supe entonces que el corazón no se equivoca cuando espera sin saber.
Porque lo que es para ti te encuentra, aunque corras, aunque te escondas, aunque finjas que no lo esperas. Ella llegó, no como un milagro, sino como un río que siempre supo a dónde iba. Y en su abrazo, comprendí que el mundo, con todo su caos, conspira para que lo verdadero nunca se quede en el camino.
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