Ella y yo somos ladrones de la misma hora perdida, cómplices del mismo delito dulce que cometemos cada vez que nos miramos. Robamos segundos al reloj de la oficina cuando nuestros ojos se encuentran por accidente en el pasillo, sustráemos minutos a la noche cuando fingimos que vamos por agua y nos topamos en la cocina, descalzos y conspirativos. Somos rateros del tiempo ajeno, del tiempo que no nos pertenece pero que tomamos como quien toma aire: por necesidad, por instinto, por supervivencia.
Nos hurtamos palabras al silencio de los otros, conversaciones enteras que nadie más entiende hechas de medias sonrisas y gestos que solo nosotros sabemos descifrar. Ella roba mis ganas de estar en cualquier otro lugar; yo le robo el miedo a que esto sea solo un espejismo urbano, una casualidad disfrazada de destino. Somos contrabandistas de caricias que fingimos casuales, traficantes de un amor que no tiene papeles en regla pero que cruza todas las fronteras del sentido común.
¿Qué somos sino pícaros del corazón, bandidos de la esperanza que asaltamos juntos los días grises y les quitamos todo lo que tienen de hermoso? Robamos la tristeza del lunes transformándola en excusa para vernos, le quitamos al viernes su prisa y lo convertimos en pretexto para quedarnos un rato más. Ella roba mis certezas y me devuelve preguntas que saben a café recién hecho; yo le robo sus dudas y le regalo respuestas que no sirven para nada pero que nos hacen reír como niños que acaban de hacer una travesura.
Somos momentos robados de felicidad, ella y yo, ladrones de nosotros mismos que nos escondemos en el presente como quien se refugia en una casa abandonada con el tesoro entre las manos. Y en cada hurto compartido, en cada segundo sustraído al mundo que nos rodea, descubrimos que el amor más verdadero es siempre un acto de piratería, una rebelión silenciosa contra el orden establecido, contra la lógica que dice que las cosas buenas no duran y que la felicidad hay que pedirla prestada.
Pero nosotros no pedimos prestado nada. Nosotros robamos, ella y yo, y en cada robo nos volvemos más ricos, más libres, más dignos del milagro inexplicable de habernos encontrado en esta ciudad que no perdona pero que a veces, solo a veces, regala encuentros como el nuestro a los ladrones más audaces.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario