Llegas con maleta de promesas y te quedas el tiempo justo para tomar fotografías de mis sentimientos. Coleccionas sonrisas como postales, guardas mis suspiros en frasquitos de vidrio que después exhibes en la repisa de tu indiferencia.
Tu amor es un itinerario programado: tres días de ternura, dos noches de pasión calculada, y al amanecer del lunes ya estás consultando el mapa hacia otro corazón. Eres turista en mis emociones, viajero de lo superficial, explorador de territorios íntimos que nunca te interesó realmente conocer.
Me tratas como atracción turística: me visitas cuando te conviene, me fotografías cuando luzco bien, me abandonas cuando el clima se vuelve incierto. En tu guía de viaje emocional no aparecen mis tormentas, mis días grises, mis rincones menos fotogénicos. Solo buscas el sol artificial de mis mejores momentos.
Hablas de amor pero practicas el consumo. Degustas mis caricias como quien prueba platillos exóticos, sin compromiso, sin consecuencia, sin el deseo real de quedarte a conocer la receta completa. Tu hambre es momentánea, tu sed pasajera, tu interés estacional.
Cuando me doy cuenta de que soy apenas una parada más en tu tour sentimental, comprendo que lo tuyo no es amor: es turismo emocional. Y yo, que creí ser tu destino, descubro que apenas fui una excursión de fin de semana en el mapa infinito de tu desamor.
Al final, recoges tus cosas y te vas como llegaste: sin raíces, sin huellas permanentes, dejando solo la cuenta por pagar de un viaje que nunca quisiste que fuera de ida y vuelta.
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