Después de terminar su día, el caballero hizo un recuento
del mismo, rescató una doncella de manos de tres forajidos, alejo a un viejo
dragón de una pequeña villa, sirvió de protección para dos nobles señores
feudales, amigos del caballero, un día común y corriente… sin dejar de pensar un
solo instante en su princesa.
De vez en vez, sin que nadie lo viera, tomaba el pañuelo que
ella le obsequió y acariciaba su rostro con este, como si fuera una caricia de
su amada, ahora en tierras lejanas, por sus obligaciones reales.
Ensimismado en sus pensamientos, casi sin darse cuenta llegó
al bosque encantado, pero esta vez no se dirigió a su cabaña, que estaría vacía
y fría sin ella, sino que se dirigió al Lago de Cristal, cuyas frescas aguas
alivian de los males del cuerpo, pero también del alma, por alguna razón el
caballero pensaba que su alma necesitaba ser aliviada, pues sentía mucho pesar.
Al llegar al lago un fuerte suspiro escapo del caballero, su
noble cabalgadura bajo la cabeza como asintiendo, sabía lo que pasaba, él
estaba añorándola. El primer impulso del caballero solo era caminar por la
orilla del lago para relajarse, pero el lugar encantado sabía cómo ayudarlo,
así que la tarde era cálida y se hizo necesario un baño.
Mientras se despojaba de su armadura, trataba de recordar
cuándo fue ayudado por ella en ese menester… mucho tiempo había pasado, mucho,
demasiado quizás…sin que ella le ayudara a quitarse su protección.
Escudo, espada, yelmo, peto, coderas, rodilleras, una a una
cada pieza se separaba del cuerpo del caballero, quien tenía lágrimas en sus
ojos, nunca había sentido tan intenso amor, sin embargo nunca se había sentido
más solo, al caer la última pieza de su impresionante armadura, quitó sus ropas
y desnudo camino hacia la orilla del Lago de Cristal.
El sol brillaba aun, el cuerpo del caballero mostraba
algunas cicatrices, resultados de múltiples batallas, también algunos moretones
resultantes de la refriega del día. Era un hombre curtido a golpes, sobre todo
a golpes de la vida.
Al entrar al lago decidió no solo bañarse, sino nadar, nadar
lento, sin prisa, como si huyera, muy suavemente se desplazaba por el agua, sin
notarlo llegó al centro del lago, muy lejos de la orilla, pero no sentía
cansancio, todo lo contrario se sentía cada vez mejor.
Un impulso lo hizo sumergirse, buscando la parte más
profunda del lago, bajaba lento, sintiendo como el agua acariciaba su cuerpo, entre
más descendía, la caricia se volvía un abrazo, cada vez más intenso, pero no
dolía, no molestaba.
Súbitamente sintió que algo lo llevaba a la superficie, al
voltear ¡era ella nadando junto con él!, lo había envuelto en sus brazos y
nadaba hacia arriba, sentía como los brazos de ella lo rodeaban, el agua
acariciando su piel, se veía la luz del crepúsculo atravesando la superficie
del lago.
Él giró para abrazarla y así abrazados siguieron subiendo,
sus cuerpos desnudos se tocaban, se sentían, las piernas de ella pasaban entre
las suyas con sensuales y rítmicos movimientos, no cabía de la felicidad por
estar al lado de ella, a quien anhelaba tanto, por quien tanto amor sentía, ¡como
nunca antes lo había sentido! era un amor infinito…
Al llegar a la superficie sus miradas se encontraron,
inmediatamente buscaron sus labios, un beso selló el silencioso encuentro, ni
una sola palabra se había pronunciado, no era necesario, las palabras sobran
cuando dos se aman y ellos se amaban hasta doler de tanto amor.
Así pasaron un tiempo, abrazados, acariciándose, besándose,
regalándose miradas de amor. Juntos nadaron lento hacia la orilla, sus cuerpos
desnudos se desplazaban rítmicos en las transparentes y frescas aguas del lago,
estaban desapareciendo los últimos rayos de sol, para dejar pasar una luna
llena que se acercaba para cobijar a los dos enamorados.
Al estar próximos a la orilla, el caballero cargo a su
princesa, quien de inmediato cedió su cuerpo y colocó sus brazos alrededor del cuello del
caballero, besando sus mejillas, su cuello, su hombro, tratando de cubrirlo con
amorosos besos y compensarle todo este tiempo que no estuvieron juntos.
Se recostaron bajo un viejo árbol, que los protegía con sus
ramas grandes y fuertes, sus cuerpos se enlazaron, sintieron el roce de su
piel, su aliento, su calor, el amor que los envolvía, cubría y los hacía latir al
unísono.
Se acariciaron y besaron todo el cuerpo, se entregaron y se
amaron hasta que el cansancio, la emoción y el sueño los venció. Acurrucados
uno en el otro, muy abrazados, como encadenados, así pasaron la noche, desnudos
bajo la luna y las estrellas como mudos testigos, hasta la mañana siguiente.
Al despertar sus manos buscaban afanosas el cuerpo de ella…
que no estaba. Él no sabía si lo sucedido la noche anterior había sido real, un
sueño o un encantamiento del bosque. Se puso de pie y miro alrededor, solo vio
un tanto lejanos su armadura y su noble corcel cuidando las pertenencias del
caballero. Caminó hacia el lugar para vestirse, al dar el primer paso, bajo sus
pies vio una rosa roja, un suspiro se escapó de su pecho, levantó la flor,
sonrió y siguió su camino.
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