Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

Rutina


Coincidieron al llegar, un beso como saludo, tomarse las manos como bienvenida, acompañarse al elevador.

Dentro del ascensor, cruzaban sus miradas con picardía, a pesar del cansancio provocado por la jornada laboral, juntaban sus hombros para sentirse más cerca que nunca.

Al llegar ella quita su brasier y él arroja sus zapatos, en movimiento mecánico, casi al mismo tiempo, se miran y sonríen. Dejan a un lado los maletines y papeles y juntos van hacia la cocina, en silencio, ella primero y el enseguida.

Ella lo acaricia como de pasada mientras prepara el café, el escoge dos tazas y se sienta a observarla, la encuentra cada día más atractiva, más serena, más mujer.

No dicen nada, solo sonríen, se miran, se acarician, se rozan, hacen lo mismo todos los días de lunes a viernes.

Al fin el café está listo, ahora ella se sienta y el sirve la caliente bebida en dos tazas, a una ya le ha puesto medio sobre de splenda, a la de ella.

Ambos prueban su café sin dejar de verse, de comerse con la mirada, cómplices, aliados, amigos, amantes… pareja.

Ahora el se sienta y ella sobre sus piernas, con sus brazos por el cuello, muerde el labio inferior de él, el sonríe y besa su labio superior, el de ella.

Se abrazan y se besan, sonríen enamorados, ambos preguntan al mismo tiempo: “¿Cómo te fue hoy amor?”

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