¿Qué tienes de mi?, todo.
¿Qué tengo de ti?, nada.
En eso pensaba mientras veía su rostro dormido, se dispuso a guardar su
recuerdo con el mayor de los cuidados, para no romperlo, dañarlo o
lastimarlo. Lo guardaba con el infinito amor que le tenía.
¿Qué tienes de mi?, todo.
¿Qué tengo de ti?, nada.
Seguía repitiendo esas palabras con el ánimo de convencerse que hacía lo
correcto, se acercó para besar su frente en señal de despedida,
temeroso de despertarla.
¿Qué tienes de mi?, todo.
¿Qué tengo de ti?, nada.
En la oscuridad de la noche emprendió el camino que lo llevaría lejos de
ella, mientras esas tristes palabras retumbaban en su cabeza.
¿Qué tienes de mi?, todo.
¿Qué tengo de ti?, nada.
Si tan solo ella hubiera despertado de su letargo y hubiera dicho esa palabra...
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