Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

No más quejas, se trata de vivir

En mis medianos 40 abordé un taxi, después de dar la dirección a donde me dirigía y antes de poder ensimismarme en mis pensamientos, sin mayor preámbulo el conductor me dijo: "Al cumplir 50 años decidí no quejarme más", sin darme tiempo a responder agregó: "Desde entonces ya no me quejo y disfruto de la vida".

El taxista era un hombre mayor de 60 años, con dos hijos, el mayor gerente de un banco en Cabo San Lucas, Baja California Sur y su hija estudiante de excelencia y a punto de graduarse en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), me explicó que su hijo mayor lo había invitado a vivir en la misma ciudad donde aquel trabajaba pues la hija menor estudiaría pronto una maestría en el extranjero y no quería que sus padres se quedaran solos.

"Mire señor" continuó el taxista, "Mi hijo viene a visitarme dos veces al año dos semanas por vez, trae a mi nieto y mi esposa y yo somo muy felices en esos días pues gozamos de toda la atención de mi hijo, si viviéramos en la misma ciudad, al principio las visitas serían muchas y con el tiempo estas se espaciarían haciéndose más cortas en cada ocasión. Mi esposa y yo lo comentamos y decidimos que es mejor quedarnos así como estamos, porque aunque lo extrañamos disfrutamos mucho de su presencia cuando viene a visitarnos".

"Mi esposa cocina muy rico, pero cada mes vamos a un restaurante distinto que no conozcamos y pedimos algo que ella no sepa cocinar, acompañando la comida con una sola copa de vino. Esto nos ha servido para estar más unidos cada día." Seguía contándome mientras me acercaba a mi destino.

"Pero lo más importante, es que aprendí que solo se vive una vez y me queda poco tiempo de vida, así que no voy a desperdiciarla quejándome, ahora no me importa el tráfico, los clientes molestos, incluso la falta de dinero, aprendí que con tan solo no quejarme y disfrutar de tan solo tener vida y salud, ya tenía suficientes motivos para ser feliz".

Las palabras de ese señor de quien lamentablemente he olvidado su nombre dejaron una profunda huella en mi, que para ese entonces ya era independiente, había quebrado mi primer despacho y luchaba por levantarme económicamente.

En esa época yo era inflexible y cualquier cosa podía desatar mi enojo al máximo para volver a estar tranquilo 5 minutos después, para observar los estragos de mi ira, sobre todo a las persona que voluntariamente había dañado, muchas veces las personas que me querían y estaban muy cerca de mi, así que tomé una decisión que cambió favorablemente mi vida, no esperaría hasta tener 50 años para ya no quejarme de lo que me pasaba, a esperar lo inesperado y afrontarlo con responsabilidad. Mi vida dió un vuelco y las cosas comenzaron a mejorar.

No fue fácil al principio, aún ahora en ocasiones no lo es, pero presumo de tener mejor control y no me dejo llevar por el impulso, soy más tolerante y paciente, tengo cuidado con lo que digo especialmente cuando estoy enojado, me conduzco con caballerosidad y cortesía.

Escribo esto porque ayer 4 de junio del 2013, perdí a  hombre íntegro, sincero,  que pude llamar amigo y todo un caballero a quien traté poco, pero que siempre lo vi con una sonrisa, lleno de optimismo y amor por la vida, amaba devotamente a su hija y su tierna nieta, apasionado del universo y la astronomía, ganador de trivias y gran conversador. Ejerció su profesión, ingeniería civil, hasta el final de sus días, 82 maravillosos años, llenos de experiencias que lo habían llenado de una humildad y generosidad muy poco comunes en estos tiempos.

Dos señores mayores que yo, uno a quien traté solo unos minutos y otro a quien solo tuve la oportunidad de tratar un par de años, sin embargo ambos han dejado una huella profunda en mi, por su sencillez, calidad humana pero sobre todo por tener el don de compartirla a manos llenas.

He aprendido a encontrar la belleza en donde otros no la ven, a sonreír a pesar de las dificultades y querer llegar a ser un viejo como ese señor taxista quien sin saberlo me hizo hacer un cambio en mi vida o como ese amigo que partió ayer enseñándome que no debo dejar el camino que he elegido.

No es el tiempo que conoces a las personas sino al tipo de personas que conoces, lo que te deja una huella y una guía de vida, estoy seguro que la mano del Señor está presente en estas dos personas y que era necesario conocerlas para seguir trabajando en ser mejor persona cada día.

Escribo esto in memoriam de Héctor Hernández Ruy quien hoy reposa en el Señor.

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