Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

De murallas y dragones

Mientras la princesa se encontraba ocupada en sus obligaciones reales, el caballero, montado en Corcél, viajó hasta el Valle de la Melancolía, acompañado de un ejército de feroces dragones, los más fuertes, invencibles y despiadados. Su intención es fortificar de manera definitiva ese lugar, con un dragón cada cinco metros sobre las altas y gruesas murallas, y cientos sobrevolando el lugar.

Fue un trabajo arduo, rápido y preciso, su devoción a la Princesa Ángel así lo requería. En su mente vivía fija una imagen, la de su princesa mirándolo sonriente bajo las sábanas de su cama, apenas alumbrada por la suave luz de la lámpara que el caballero usaba para hablarle. Esa imagen lo tenía cautivado, enamorado, siempre presente, así como ella está siempre en su vida.

Los dragones tienen instrucciones claras y precisas, levantar una barrera de fuego de cien metros de altura, a un kilómetro de distancia del Valle de la Melancolía, solo bastaba que la princesa dirigiera la mirada hacia ese lugar en dónde casi queda atrapada para siempre. No era necesario nada más. 

Ella no debe volver ahí, puesto que es un ángel enamorado que enamoró con sutileza y encanto divino y mágico al caballero, su lugar era con él, en su corazón, su alma, su sangre, su piel, su ser y toda su vida.

La imagen de ella lo inspiraba e impulsaba a no ceder ante ningún obstáculo, ni siquiera los que ella le pusiera, ella lo llena por entero, el caballero no se detendrá ante nada por lograrla ver llena de salud, vida, alegría, permanecerá a su lado tanto en los buenos como en los malos tiempos, en la riqueza y la pobreza, en la salud y en la enfermedad. Nada ni nadie se interpondrá entre ellos, porque se pertenecen, se han entregado por entero, sin reserva ni medida, son uno.
Una vez terminado el trabajo y dejado instrucciones a los dragones, supervisó que todo estuviera en orden para volver a la puertas del castillo, buscó un lugar cómodo, privado cerca al balcón de la princesa y complacido con el resultado de su trabajo, se sentó a leer esperando que en cualquier momento ella lo recordara y buscara su presencia aunque solo fuera por un instante.
Pensaba en ella y le decía con el pensamiento: “Siempre estás presente, aunque no estés”.

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