Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

Silencios

Y llegó su silencio, ese que ella prefería al mágico universo que él le ofrecía. Eran cíclicos, constantes y de frecuencia abrumadora, tanto que había aprendido los prolegómenos. Silencios que lo avasallaban, lo destruían, lo rompían por dentro y ella se los hacía padecer por que sabía que él la amaba como nunca en su vida.

No le importaba luchar por ella, estaba convencido que el amor vence cualquier barrera y era un hombre profundamente enamorado, aun cuando ella hacía mucho que ya había dejado de escribir para él, de de llamarlo, de buscarlo y de enamorarlo.

Pero no es posible luchar por quien no está, tampoco se debe luchar por quien rompe todas sus promesas, sus votos, sus acuerdos, por quien no se compromete intensamente, quien no se interesaba en él y mucho menos después de sus lapidarias e inesperadas palabras; "No te cansas de esperarme", cayendo como agua fría y que para él se sintieron además como un; "Ya déjame en paz"... y eso fue justo lo que hizo.

Comprendió que sus ausencias eran para alejarlo y él ciego en su profundo amor por ella, no se daba cuenta. Así dejó no sólo de esperarla sino también de buscarla.

Abatido, triste y totalmente derrotado, a pesar del gran amor que sentía dejó, como un último acto de amor, ese universo mágico lo más bello posible para ella, pues para ella lo creó. Al terminar su labor se alejó. 

Muy en su interior guardó la esperanza de que ella volviera por él, que le dijera que lo amaba y recibirla con los brazos abiertos, el corazón en la mano y una sonrisa de bienvenida, pero el tiempo inexorable le mostró la cruel verdad; a ella no le importaba, de ser así nunca lo hubiera abandonado y mucho menos lo habría dejado marcharse.

Sin embargo y a pesar de todo, sin faltar un solo día y varias veces en el mismo día, él oraba por ella; "Bendícela y guárdala Señor"... en silencio.

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