Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

Aquel espejo...

Aquel espejo vivía convencido de que las cosas existían sólo porque él las reflejaba.

Se daba mucha importancia, por lo tanto. Pensaba que el mundo le debía la vida.

Cierto día un muchachillo de la calle tiró una piedra y quebró el espejo. Para sorpresa de éste las cosas siguieron existiendo. Caído en el suelo, roto en mil pedazos -así se debe decir, "en mil pedazos", ni uno más, ni uno menos- el espejo supo al fin que el mundo era el mundo aun sin él.

La verdad es que el mundo existe sin espejos. Quiero decir que existe sin nosotros. Sin yo, sin tú, sin él, sin nosotros, sin vosotros y sin ellos.

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