Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

Sentado en su trono de jaspe...

Sentado en su trono de jaspe el sabio mandarín Wang Lu dirimía los pleitos de los hombres.

-Señor -dijo uno-. Soy artista famoso. Labré una estatuilla en mármol, preciosísima. La traía para entregarla al Emperador. Este campesino tropezó conmigo y me rompió la estatua.

-Es cierto -reconoció el otro-. Sin querer le hice perder su obra. Pero yo traía un pequeño grillo en su jaula, que me alegraba las noches con su canto. En su cólera él lo mató aplastándolo con el pie.

-He aquí mi sentencia -habló el sabio mandarín. El campesino le pagará al artista 10 monedas por su estatua. El artista le pagará al campesino 10 mil monedas por su grillo.

-¡Pero, señor! -clamó el artista-. ¡Mi estatua era un tesoro! ¿Qué vale, en cambio, el grillo de este hombre?

-Las obras de los hombres -dijo el sabio- los hombres las pueden reponer. Pero ni tú ni el Emperador pueden hacer un grillo, que es obra de Dios.

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