Ruidoso, pesado y tosco pero siempre divertido. La diversión empezaba desde su elaboración a la que le dedicábamos no sólo tiempo, también cariño.
Eficaz responsable de grandes y dolorosos raspones en manos, rodillas y codos pero también de grandes sonrisas y sonoras carcajadas.
Sin guantes, rodilleras, ni cascos, recorríamos las calles y banquetas con pendiente a gran velocidad, sin saberlo éramos una generación de pioneros, osados, valientes y arriesgados chamacos deseosos de aventura y adrenalina.
Muchos años después llegó la Avalancha, como producto sustituto y como marca... inició el proceso de volvernos débiles y quejumbrosos.
Hace tiempo que no veo un carrito de baleros, hoy lo recordé con nostalgia pero con una profunda felicidad.
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