Ha surgido la Luna. (Es la hora dócil…)
Desde esa región pura, alta y azul,
esparce su claror en la terraza
que las parras adornan y entrecubren.
A nuestros pies fulgura la azucena,
cuyo esplendor reviste de oro alegre
la orilla abigarrada del arriate.
Junto a la escalinata nos hallamos
los viejos y los jóvenes, primero
silenciosos, después vamos dejando
que canten nuestros dulces sentimientos.
Los grupos de reseda nos envían
su fragancia y extienden los arriates
sus sombras sobre el césped reluciente,
que humedece el rocío…
Nuestro espíritu
desea alzarse de la densa sombra
del cuerpo, a las alturas luminosas,
a aquellas sendas que concibe apenas
el hombre, aquellas azuladas, vírgenes,
excelsas altitudes, en las cuales
apenas se destacan las estrellas.
¡Oh, quién resistir puede a los anhelos
que nacen, al ocaso, entre el aroma
sutil y embriagador de las resedas!
De la rosa ha caído el postrer pétalo
bajo el soplo ligero de la brisa,
quisiéramos así poder dejar
la vida, ir a perdernos al espacio
como un sonido, sin protesta alguna,
cual cae la hojarasca en el otoño.
Oh, si todo el ideal de nuestra senda
lo diéramos, destruiríamos la calma
de la naturaleza, por lograr
saborear las dichas del amor.
La muerte es el salario de la vida…
¡Ah! ¡Quién pudiera abandonarla como
abandona la rosa el postrer pétalo!
Agitando las alas, deslizase
un murciélago enfrente de nosotros,
voló y reapareció al claro de luna.
Y entonces resurgió del corazón
la pregunta que nadie ha contestado,
densa y antigua, como es la pena:
¿dónde vamos, qué rumbo tomaremos
al dejar las praderas de este mundo?
Nadie puede indicarnos esta ruta;
fuera más fácil indicar a dónde
dirigirá el murciélago sus alas.
Y ella permaneció con la cabeza
contra mi hombro apoyada, y con voz tenue
me dijo: no lo creas; cuando parta,
mi alma no volará hacia los espacios
remotos, buscará el dulce refugio
de tu espíritu, amado, para siempre.
¡Oh qué angustia, oh qué angustia; al corazón
se me oprime la pena! ¿Habrá ésta sido
su postrer noche? ¿Imprimí, acaso, entonces
mi último beso en su cabello de oro?...
Han pasado ya muchos, muchos años.
Y sigo aún sentado cuántas veces
en el dulce rincón de los recuerdos,
cuando la noche es clara y silenciosa…
Pero me altera el brillo de la luna
que se filtra a través del emparrado…
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