Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

Siempre pensé...

Siempre pensé que lo único que le puede a uno cambiar la cara es el tiempo. Porque no hablo del tipo de cambio pasajero, ni del tipo de cara que se ajusta a los sentimientos del momento, O que finge sonrisas o esconde silencios. Hablo del tipo de transformación que agarra los cuarenta y tres músculos de la cara y los desarma con una mirada, los desparrama con besos a ojos cerrados y los descifra como si fueran las partes de un rompecabezas que solo se soluciona con tu sonrisa. Nunca pensé que convivir con tu cara cambiaría tanto la mía, hasta que me miré en tus ojos y ya no me reconocí sin ti. Tú, que con tu felicidad rebobinabas las agujas del tiempo que marchitaba todo, menos a nosotros. 

Y ahora que lo pienso bien, quizás tu cara ya tampoco era la misma desde que me quería y yo también la quería. Creo que ya nunca seríamos nosotros sin el otro, seríamos otros, los mismos de siempre pero distintos, quizás más grises o azules o color rocío. Y si alguien que no hubiésemos visto en mucho tiempo nos encontrara por la calle y nos diera un abrazo y nos mirara a los ojos diciéndonos que estábamos igual, que no habíamos cambiado ni un poquito, que el tiempo para nosotros no había pasado, quizás ahí’ mismo, justo antes de irrumpir en llanto, pensaríamos el uno en el otro sin el otro, pensaríamos en la cara que nos había cambiado la cara, que ya ninguno de los dos tendría. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario