Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

ILUSIÓN DE PORCELANA

Tengo que hacerte una confesión: pienso en ti de una forma muy pasional. Es increíble darme cuenta, al pensarte, de que te quiero de esa manera que pensé que ya no iba a volver a querer a alguien. Como un giro de último momento que me demuestra que cualquier camino que tome en mi vida terminará en ti a partir de ahora, porque todo ha cambiado desde que te conozco.

¿Alguna vez has observado un campo de girasoles de noche? Como toda flor, su belleza se apaga y parecen marchitos, hasta que amanece, y entonces vuelven a florecer con fuerza. Hay una parte de mi alma, querida, que era así: volvió a florecer cuando entraste a mi vida. Supe que en mi interior también existían las estaciones cuando llegaste a encenderme la primavera.

Algo curioso de los girasoles es que, durante las noches, lo que hacen es tornarse hacia el este con el objetivo de esperar un nuevo amanecer, así que, supongo, esa parte de mi alma que permanecía dormida, marchita, apagada, simplemente estuvo esperando el resplandor de tu llegada, sin dejar de apuntar hacia ti. Y apareciste, claro.

Ojalá, querida, ojalá supieras lo mucho que has salvado en mi vida, lo que significas ahora que estás en ella. Incluso para un escritor las palabras a veces resultan insuficientes, por eso todavía me permito creer, aunque parezca ingenuo, no me importa. Me permito creer en ese «algún día», como si la magia hace tiempo no se hubiese reducido a ser un anhelo perdido, un recurso de última hora de aquellos que eligen creer en cualquier cosa antes que enfrentarse a una realidad que les supera. Porque sé que estás distante, pero también que no eres inexistente. Sé que sonríes, aunque no pueda verte. Sé que eres real, sé que hay calles que te reciben, que hay paisajes que tienen el privilegio de contemplarte.

Más de una vez nos he imaginado caminando de la mano, como ocurrió en mi sueño la última vez. Fue tan real, tan vívido, que no exagero si digo que fue el sueño más maravilloso de mi vida. Más de una vez he querido tenerte a mi lado, para que puedas presenciar en primera fila cómo voy creando un poema, letra por letra, construyendo un edificio de palabras donde sólo había un terreno baldío. Más de una vez he deseado romper la pantalla, sacarte de las fotos, que la distancia sea reducida a una brizna de polvo que se evapora con el más mínimo suspiro. Esa es la forma en la que pienso en ti. No escribo esto para hacer que pienses en mí de la misma forma, sino para que comprendas el tamaño de este anhelo que cada día se hace más grande. No es tu culpa, tampoco. Nadie pone en orden los sentimientos de un alma que vibra con luz y vida propia.

Te tendré formando parte de mi vida como un matiz de esperanza. Te tendré así porque está más que claro que a veces sólo dependemos de una ilusión para ser felices, porque no hay nada más bonito que aferrarnos a la posibilidad si eso nos permite escaparnos, aunque sea por un instante, de una realidad en la que nada es como queremos que sea.

¿Te veré alguna vez? No lo sé. ¿Te abrazaré algún día? No lo sé. ¿Podré caminar a tu lado, llevarte de la mano a mis lugares favoritos? Posiblemente no. Pero no me importa. La poesía también acerca almas. El arte también acorta distancias de espacio y tiempo. Así que, mientras existas y mi voz todavía mencione tu nombre, te sentiré, te soñaré, porque eso es parte de convertirte en arte, en literatura; es parte de hacerte inmortal con mis palabras. Y algún día, si esa ilusión tan grande deja de ser ilusión y se vuelve real, podré verte y compartir momentos a tu lado que me permitan conocerte de forma más profunda, y añadiré a mi repertorio de recursos poéticos tus manías, tus gestos, tus costumbres. Y sólo entonces, querida, sólo entonces podré sentir que mi poesía por fin está completa.