Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

RECIPROCIDAD

En el vasto océano del amor, la reciprocidad es la corriente que mantiene viva la llama. Como el sol que brilla sobre la tierra, el amor sin reciprocidad se desvanece en la oscuridad de la incertidumbre.

El amor es un baile de dos almas entrelazadas, una sin la otra pierde su ritmo, su armonía. Como dos aves que vuelan juntas en el cielo, el amor sin reciprocidad se convierte en una triste melodía, un eco vacío que se pierde en el horizonte.

El amor verdadero es un jardín donde ambas flores florecen, donde las raíces se entrelazan en un abrazo eterno. Sin reciprocidad, el amor se marchita como una flor sin agua, perdiendo su belleza y vitalidad.

En el libro del amor, la reciprocidad es la tinta que da vida a cada página, es el latido que hace palpitar el corazón. Sin ella, el amor se convierte en una ilusión efímera, en un sueño sin despertar.

Así, en el universo del amor, la reciprocidad es la ley que rige los corazones, es el espejo donde se refleja la verdadera conexión. Sin reciprocidad, el amor no es más que un eco vacío, una sombra que se desvanece en la noche.

Porque el amor sin reciprocidad no es amor, es solo un suspiro perdido en el viento, una melodía incompleta que espera encontrar su eco.