Pero no bastaba con tocarla, la piel también tiene memoria y es ella, la que mientras yo callo, te nombra, te grita, te llama. Y por eso aparecen los fantasmas. Por eso dibujan encima de los garabatos que hemos ido creando con nuestra ausencia, la vida que no supimos tener. Porque aunque no fuimos cobardes, si nos faltó la certeza de saber, que el único modo de avanzar era juntos. Que de cualquier otro modo, volveríamos alguna vez pasado, para que nos asaltaran las preguntas más difíciles de contestar. Esas en la cuáles los dos siempre supimos la respuesta. Pero en lugar de decirlas nos callamos. Como si bastara el silencio. Como si existiera el olvido.
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