Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

A AMAR NADIE ME ENSEÑÓ

Tengo que decir que, casi siempre, las personas que me han amado lo han hecho bien, y que he sido yo el que las ha amado mal. Pero es que a amar nadie me enseñó y cuando intenté hacerlo bien me salió muy mal. Me apego demasiado, protejo demasiado, sufro demasiado. Me obsesiono, me salgo de mí, me entrego por completo. Dejo atrás cosas de mi vida, me pongo en segundo lugar, priorizo en exceso a la otra persona.

Amar me ha servido para conocer sufrimientos a los que nunca me ha enfrentado la vida y a felicidades que no he sido capaz de vivir experimentando otros estados. Ahora comprendo que esos grandes sufrimientos los viví, porque el amor revela nuetros puntos ciegos, nuestros silenciosos complejos, nuestros traumas no trabajados, nuestras lágrimas nunca lloradas y, sin embargo, no cambiaría nada de lo sucedido, porque finalmente aprendí que, a pesar del dolor del desamor, de la entrega desmedida, a veces sin reciprocidad, amar es la experiencia
más profunda y transformadora que existe.

He descubierto la inmensidad de mi corazón y la capacidad de amar con una intensidad que jamás imaginé. He conocido la belleza de la conexión humana, la alegría de compartir sueños y la fuerza que nace de la vulnerabilidad compartida. Ahora sé que es posible amar de una manera más sana, poniendo límites y aceptándolos, cuidando de mí sin descuidar al otro. Ahora sé que hay un
equilibrio entre la entrega y la independencia, entre la pasión y la razón.

Asumo la responsabilidad de mis errores por las veces que he amado mal. Pero también me perdono, me abrazo y me reconozco como alguien capaz de amar con una fuerza incomparable y que, además, utiliza esa misma fuerza para transformarse.

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