Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

HAY UN CAFÉ

Hay un café que me espera, al borde de su piel, ahí donde la madrugada aún no se atreve. Un café que no se enfría, que arde como la nostalgia en la comisura exacta de sus labios. Hay un café que me llama desde la curva lenta de su ombligo, como un mapa tibio dibujado con suspiros, como si el deseo tuviera aroma y pudiera beberse gota a gota. Me espera en la rotonda de sus muslos, donde el vértigo descansa y la noche aprende a latir sin miedo. Por ahí llega, con pasos de luna y lengua de miel, como si el mundo entero cupieran en su espalda desnuda. Hay un café que no está en la mesa, sino en su cuerpo. Y cuando lo bebo, ya no tengo sed. Tengo fuego.

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