Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

AMANECE

Amanece, y ya deseo tomarte como al primer sorbo de café, lento, caliente, como un pecado que se invoca en la lengua y se redime en la piel. Quiero sentirte recorrerme, como la cafeína que estalla en cada célula de mi cuerpo, saborearte gota a gota, hasta que no quede más que tu esencia latente en mi aliento, en mis poros, en el temblor de mis muslos. Amor, despiertas en mí ese deseo de abrir las piernas como se abre una flor al sol, de beberte con las manos, de olerte con el pecho, de escribirte sobre la espalda cada letra de mi fiebre. No quiero otra cosa, sólo tu calor derramándose, tu voz hecha vapor penetrando mis oídos, y tus dedos —como cucharas de miel—endulzándome los bordes del alma. Y entonces, cuando el día se haga carne, y el cuerpo sea sólo tacto,te tendré entre mis labios, como a mi café, ardiente, necesario, eterno.

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