Quédate en mis brazos si te atreves, si no te asusta el vértigo de un instante que no promete nada y lo promete todo. Aquí, en este rincón de piel y sombra, donde el tiempo se quiebra como un vidrio cansado, te ofrezco no un refugio, sino un desafío. Mis brazos no son muros, son apenas un par de ramas torcidas por el viento, un abrazo que tiembla entre la duda y el deseo. Quédate, si quieres, si puedes soportar el peso de las horas que se deslizan lentas, como gotas de lluvia sobre un tejado viejo, llevando en su caída pedazos de nosotros.
Quédate en mis brazos si te atreves, si no te pesa el silencio que se cuela entre dos respiraciones, ese silencio que no es vacío, sino un idioma que aún no aprendimos a hablar. Aquí no hay promesas de eternidad, porque la eternidad es un lujo que no nos pertenece. Hay, en cambio, un ahora terco, un ahora que se aferra a los huesos, que se enreda en el pelo, que se queda mirando el mundo desde la ventana empañada de nuestras culpas. Quédate, si te animas a mirar conmigo el desorden del afuera, los charcos rotos, las calles que no llevan a ninguna parte, pero que igual caminamos.
Quédate en mis brazos si te atreves, si no te da miedo que este abrazo sea un mapa sin caminos, un barco que zarpó sin saber a qué puerto. Aquí no hay certezas, solo la tibieza de dos cuerpos que se buscan sin preguntar por qué, que se encuentran sin saber cómo. Quédate, si te atreves a no buscar respuestas, a dejar que el corazón lata su torpe melodía, a dejar que la vida nos sorprenda, aunque sea con sus pequeños fracasos. Quédate, y que el mundo siga girando, pero que nosotros, por un rato, nos olvidemos de girar con él.
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