No voy a sentir ni empatía ni pena por alguien que no pensó en mí mientras hacía cosas que sabía que me iban a doler. No voy a gastar mi alma en lamentos por quien trazó heridas con la precisión de un relojero, sabiendo que cada corte caería justo en el centro de mi pecho. Tú, que caminaste por mi vida como quien pisa un charco sin mirar atrás, no mereces el peso de mi compasión, ni el eco de mis noches desveladas.
Hubo un tiempo en que te di todo: mis mañanas abiertas, mis sueños a medio coser, mi fe en que el amor era un refugio. Y tú, con las manos llenas de promesas rotas, elegiste el filo, la indiferencia, el gesto que quiebra sin explicar. No pensaste en mí cuando tus pasos se alejaron, cuando tus palabras se volvieron dardos, cuando el silencio que dejaste fue más cruel que cualquier verdad.
Ahora, en este rincón de mí mismo donde aún sangro un poco, no te ofrezco ni un gramo de lástima. La pena es para los que se equivocan sin querer, para los que tropiezan con el corazón en la mano. Tú no. Tú sabías.
Y yo, que aprendí a recoger mis pedazos, no voy a mirar atrás para llorarte. Que el viento se lleve tus culpas, que la vida te cobre tus deudas. Yo seguiré, con mis cicatrices a cuestas, buscando un sol que no queme, un amor que no corte, un lugar donde mi alma no tenga que pedir permiso para ser.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario