Fuiste la mujer que más he amado en vida, un sol que se colaba por las rendijas de mi rutina, un murmullo que le daba nombre a mis silencios. Eras el abrazo que deshacía los nudos del día, la mirada que me encontraba cuando yo mismo me perdía. Te amé con la furia de quien sabe que el amor es un préstamo, con la desesperación de quien escribe en el agua, sabiendo que todo se borra. Y ahora, qué ironía, no solo no somos nada, sino que hasta los lugares donde fuimos se han desvanecido, como si el mundo conspirara para que no quede ni un eco nuestro.
No hay un café donde nuestras tazas puedan volver a chocar, ni una vereda donde nuestros pasos se tropiecen por casualidad. La plaza donde reíamos, el puente donde nos prometimos cosas imposibles, el rincón donde tu mano rozaba la mía, todo se ha vuelto un paisaje extraño, un país donde no tenemos visa. La ciudad nos ha expulsado, nos ha dejado sin territorio, sin un pedazo de suelo donde al menos fingir que el pasado existe.
Y aun así, te llevo conmigo. En los pliegues de mi alma, donde nadie mira, guardo el timbre de tu risa, el peso de tu ausencia. Fuiste la mujer que más he amado en vida, y aunque no somos nada, aunque no hay un lugar donde nuestros fantasmas puedan encontrarse, sigues siendo la herida que no cierra, el verso que no acaba, la pregunta que me persigue en cada esquina vacía.
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