Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

FUERA EL ESPÍRITU

Cuando recorríamos
los polvorientos
caminos de los campos
no era el polvo el que
respirábamos.

Cuando mojábamos
nuestros pies en las
olas de la laguna
no era agua la que
sentíamos.

Cuando comíamos
los platillos de las mujeres
no era alimento
el que probábamos.

Cuando comíamos
los frutos de los árboles
no eran sus jugos
los que absorbíamos.

No era cosa física
percibida
por nuestros cuerpos,
ni siquiera eran
nuestros cuerpos mismos
los que la absorbían.

Se trataba de un
aprendizaje espiritual
donde personas, frutas y paisajes
enseñaban a nuestro
espíritu
a tener un lugar
desde dónde lanzarse.

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