Jamás hubo un accidente tan bonito como cuando se cruzaron tu mirada y la mía.

¿QUÉ SOMOS?

Somos dos adultos que se cruzan en el umbral del tiempo, donde el instante se quiebra y el espejo del mundo refleja un doble rostro. 

¿Qué somos? No la suma de dos sombras, no el eco de pasos en un corredor vacío, sino el roce de dos pieles que inventan su propio idioma. 

Nos queremos, y en ese querer se alzan puentes de saliva y susurro, arcos de carne que sostienen el cielo de un momento. 

Nos gustamos, como gusta el relámpago al ojo que lo atrapa, como la ola que se entrega al acantilado sin preguntar por su fin. 

Nos damos amor, y ese amor es un río que no conoce su fuente, un torrente que arrastra estrellas y raíces, que se desborda en los pliegues de la noche. 

Somos dos, pero en el abrazo somos uno, un solo latido que se parte en dos para volverse a encontrar. 

Somos el instante que se sabe eterno porque se desvanece, la pregunta que no necesita respuesta porque se responde en el silencio de los cuerpos. 

¿Qué somos? Somos el fuego que arde sin consumir, el poema que se escribe en la piel y se borra con la luz del alba. 

Somos dos adultos que se miran y, al mirarse, descubren que el mundo no es más que el reflejo de ese amor que se dan, sin medida, sin fin.

¿Qué somos? Somos dos adultos que se quieren, que se gustan y que se dan amor.

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