Me gusta pensar que volverás como vuelve el agua a encontrar su cauce después de la sequía, con esa certeza silenciosa de quien conoce el camino de memoria. Que traerás contigo no solo tu presencia, sino una versión mejorada de nosotros mismos, pulida por la distancia como las piedras del río que se vuelven suaves bajo la corriente persistente del tiempo.
En mis noches de insomnio construyo escenarios donde todo es diferente: donde las palabras que no dijimos flotan en el aire como semillas esperando el momento exacto para germinar, donde los silencios incómodos se transforman en pausas llenas de comprensión, donde nuestros errores pasados se convierten en la sabiduría que necesitábamos para construir algo más sólido, más hermoso, más verdadero.
Me gusta imaginar que cuando regreses habremos aprendido el arte difícil de amarnos sin miedo, sin la urgencia desesperada de quien cree que el tiempo se agota. Que sabremos escucharnos con esa atención que solo da la experiencia de haber perdido lo que más se ama, y que nuestras manos se encontrarán con la precisión de dos líneas que siempre estuvieron destinadas a cruzarse en el punto exacto donde convergen todas las posibilidades.
Porque en este tiempo de ausencia he descubierto que el amor verdadero no es el que permanece inmutable, sino el que se atreve a crecer, a transformarse, a volverse cada día una versión más completa de sí mismo. Y me gusta pensar que tú también has estado construyendo puentes hacia esa versión mejor de nosotros, hacia ese lugar donde el regreso no sea solo un retorno, sino un nacimiento.
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